Los
programas gubernamentales pueden estar perjudicando en vez de ayudar a los más
pequeños en América Latina.
La
región ha sido mucho menos hábil en nutrir el desarrollo mental y emocional de
sus niños más pobres.
Jorge, quien tiene ocho años, vive con su madre en una
casa llena de gente y semiacabada de adobe y cemento en Canto Grande, un ex
asentamiento humano a las afueras de Lima. Cuando era más pequeño, él y su madre fueron golpeados
por su padre, de quien ahora están separados.
A pesar de que no terminó la escuela secundaria, la madre de Jorge trata de
ayudarlo con su tarea. Pero Jorge tiene dificultades de aprendizaje, le cuesta hacer amigos y evita el contacto visual cuando habla.
Mientras tanto, al otro lado de la capital peruana, en el
próspero distrito de Miraflores, la guardería privada Humpty Dumpty ofrece 32 horas de formación en
“estimulación temprana” para padres de bebés por unos US$ 100. Sin duda,
muchos de estos niños irán a las mejores escuelas privadas y tendrán carreras
lucrativas.
La
desigualdad comienza al nacer. Diversas investigaciones en todo el mundo
muestran que los niños que
reciben mala alimentación y crianza en sus primeros años sufrirán las
consecuencias por el resto de sus vidas. Ellos aprenderán menos en el
colegio y serán menos productivos cuando sean adultos.
Es por eso que invertir en la primera infancia tiene sentido por razones de equidad y
eficiencia económica, sostiene un nuevo estudio publicado por el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID).
Sin embargo, el gasto público en la región casi no toma
en cuenta a los más jóvenes. Los
gobiernos latinoamericanos gastan solo un 0.4% del PBI en los niños menores de
seis años, en comparación con un 1.6% en los niños de seis a doce años
de edad, según el BID.
Estos
suelen gastar siete veces más por persona en individuos mayores de 65 años de
edad que lo que gastan en niños menores de seis. Lo que es peor, la
calidad de algunos de los servicios públicos dirigidos a niños pequeños es tan
“pobre”, especialmente en las guarderías, que “pueden perjudicar –en vez de
ayudar– a los niños que los utilizan”, concluye el BID.
En
el lado positivo, los más pequeños de la región están más sanos de lo que
solían estar. En los últimos 50 años, la mortalidad infantil se redujo
en un 75% o más en 15 de los 17 países de los que hay datos. Mientras que a
Estados Unidos le tomó medio siglo (1935-85) para reducir la mortalidad
infantil entre afroamericanos de 80 a 25 por cada 1,000 nacidos vivos, el Perú
logró la misma reducción de su población amerindia en menos de 15 años, de 1995
al 2008. Los bebés en
América Latina están mejor alimentados hoy que en el pasado, o que en otros
países en desarrollo.
La
región ha sido mucho menos hábil en nutrir el desarrollo mental y emocional de
sus niños pequeños, especialmente los nacidos de madres más pobres y
menos educadas. Los
gobiernos han ampliado los servicios de guardería, sobre todo con el
loable objetivo de ayudar a las madres a trabajar fuera del hogar. Brasil y Chile han duplicado la
cuota de niños en guarderías en la última década, mientras que en Ecuador esta se ha
multiplicado por seis. Gran parte de los servicios se ofrecen en nuevos
y grandes centros con capacidad para 300 niños.
Pero el personal es escaso, poco capacitado y mal
remunerado. En Colombia,
por ejemplo, este tipo de centros, que costaron US$ 1 millón cada uno, no son
mejores para los niños que los mismos servicios comunitarios básicos que ellos
reemplazaron, aunque el costo de funcionamiento es más de cuatro veces
mayor, según Norbert Schady, coeditor y autor del informe del BID.
América
Latina también está tratando de ampliar la educación preescolar, lo que
debería ayudar a los niños a aprender más cuando llegan al colegio. Una vez
más, la calidad puede variar ampliamente. Ecuador permitió hace poco que
investigadores del BID asignen de forma aleatoria 15,000 alumnos de jardín a
diferentes profesores y realizar un seguimiento de su progreso en lenguaje y
habilidades cognitivas. Ellos encontraron que algunos profesores eran el doble
de eficaces que otros en la misma escuela preescolar, dice Schady.
Algunos
de los mejores planes de desarrollo infantil son los más simples. En un
estudio pionero en Jamaica,
un grupo de madres con escasos recursos recibieron visitas semanales de
trabajadores de salud que les dieron lecciones básicas para padres y les
motivaron a jugar con sus bebés.
Dos décadas más tarde, sus hijos tenían un CI más alto,
estaban mejor educados, eran menos violentos y en promedio ganaban 25% más que
un grupo de control cuyas madres no recibieron las visitas.
Lo
que significa todo esto es que los gobiernos tienen que repensar la forma en
que tratan de ayudar a sus ciudadanos más jóvenes, sobre todo ahora que
el presupuesto público está más ajustado con la desaceleración del crecimiento
económico.
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