En el nacimiento del reino inka del Qosqo el dios
Wiracocha (creador del Universo) nacido de las espumas del mar, parte desde el lago Titiqaqa y
avanza al norte creando los seres de las tres eras anteriores que luego aniquila
al comprobar sus miserias.
Testimonian
las rocas en que fueron convertidos y los Ñaupa Machu (ancianos antiguos) del
Ch´awaq Pacha (era obscura), que son calcinados al reaparecer el sol por el lado contrario,
salvando pocos que subsisten amedrentados en los hacinamientos de piedras.
Llega
al valle de Waroq y trepa al monte Wiraqochan que perenniza la hazaña, y desde allí
avizora la tierra yerma, compadeciéndose. Llama por sus nombres a las plantas
que pronto despuntan de la tierra, a los insectos y animales que emergen de los
resquicios y finalmente a
los hombres que se corporizan de la tierra y las rocas.
Contento
baja de la montaña y prosigue viaje llegando al valle de Erma (Pachakamaq) para internarse en el mar,
paso a paso, mientras daba recomendaciones.
El mito indica la enorme trascendencia que
tuvo lugar para los antiguos peruanos, comparable al lago Titiqaqa del que
salen Manqo Qhapaq y Mama Oqllu, fundadores del reino del Qosqo. Reverentes
entonces, transforman la waka en usnu inka (altar), construyen un adoratorio en
la montaña de la creación, un Yaya Wasi (seminario) para la formación sacerdotal
en un recodo del Willka Mayu (río sagrado) y se prosigue la orfebrería en Batan
Orqo, subsistiendo el nombre de la actividad como apellido: Qorimanya.
LEYENDA
Calchaquí
"Puente
del Inca"
Cuenta la leyenda que hace muchos,
muchísimos años, el heredero del trono del Imperio Inca, se debatía entre la
vida y la muerte, siendo víctima de una extraña y misteriosa enfermedad.
Las
curas, rezos y recursos de los hechiceros nada lograban y desesperaban por no poder devolverle la
salud.
El
pueblo amaba intensa y entrañablemente al Príncipe de los Incas, invocaba a sus
Dioses y realizaba
sacrificios en su honor.
Fueron convocados los más grandes
sabios del reino,
quienes afirmaron que sólo podría sanarlo el maravilloso poder del agua de una
vertiente, ubicada en una lejana comarca.
Partieron
en numerosa caravana, vencieron infinidad de dificultades, marcharon durante
meses en que veían agotadas sus fuerzas, y un día se detuvieron ante una
profunda quebrada, en cuyo fondo corrían las aguas de un tempestuoso río.
Enfrente,
en el lado opuesto, se observaba el codiciado manantial, pero... ¿cómo hacer para llegar a ese
inaccesible lugar?
Meditaron
durante mucho tiempo, tratando de buscar una forma de llegar hasta las
milagrosas aguas, pero todo era en vano.
Cuando ya la desesperación los dominaba: aconteció un hecho
extraordinario: de pronto se oscureció el cielo, tembló el piso granítico y
vieron caer, desde las altas cimas, enormes moles de piedra que producían un
estrépito aterrador.
Pasado
el estruendo, y más calmado el ánimo, los indígenas divisaron asombrados, un puente que les permitía
llegar sin dificultad hasta la fuente maravillosa. Transportaron hacia
ella al Príncipe, quien bebió de sus aguas y bien pronto recuperó la salud.
La
omnipotencia del Dios Inti, el Sol, y de Mama-Quilla, la Luna, habían realizado el milagro.
Así
surgió, según la leyenda, ese arco monumental de piedra, que recibió el nombre de Puente del Inca,
que se levanta custodiado por el Aconcagua, rodeado por la imponente belleza de los Andes.
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