Si un párroco a lo largo de un año litúrgico habla diez
veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la
justicia, se produce una desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente
aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la predicación y en la
catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más
de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios.
Si yo sintiese tanta solicitud por el bien de mi alma,
como la tengo por el bien del alma de otros, estaría seguro de salvarme. Con
gusto sacrificaría todo, con tal de poder ganar el corazón de los jóvenes y
ofrecérselos al Señor.
Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener
necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por si
solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto;
decidir quien es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias;
dar en cada instante un paso a lazar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el
impulso de cada momento.
Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante
no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como
una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios.
Sin
amor, es inútil cualquier sacrificio del educador.
Sin
Dios la sociedad acaba deshumanizada.
Sin
la oración nadie puede progresar en el servicio divino.
Sin
sonrisa no es posible demostrar amistad.
Sin
sufrimiento, nuestra tarea no sería diferente de la asistencia social.
Solamente Cristo puede responder a sus aspiraciones.
Déjense conquistar por
Dios para que su presencia dé a la Iglesia un impulso
nuevo.
Solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a
la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar
en la verdad y en realizar la verdad
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo
todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización
del mundo actual más que para la autopreservación.
Tenemos que permanecer en la barca en que estamos
mientras dura el trayecto de esta vida a la otra. Y debemos hacerlo de buen
grado y con amor; porque, aunque algunas veces no haya sido la mano de Dios la
que nos ha puesto allí, sino la de los hombres, una vez en la barca, estamos
allí porque Dios lo quiere, por lo que debemos seguir en ella de buena gana y
con gusto.
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