Miguel Parrondo despertó tras 15 años en coma:
"Me
dormí con las 'pesetiñas' y desperté con la cuenta llena de euros"
Miguel
tuvo un accidente de tráfico en 1987 y se despertó en 2012. No recuerda nada. La
primera imagen al despertar fue
la cara de su madre y de su hija.
Su padre, médico, se negó a que le 'apagasen' a los seis
meses del accidente. "Estoy
aquí gracias a él".
Cuando
Miguel Parrondo llegó al hospital Juan Canalejo de A Coruña ningún médico
albergaba esperanzas de que pudiese salvar la vida. Ni siquiera su
padre, dermatólogo en el mismo centro, que cuando llegó y vio el estado en el
que se encontraba su hijo pidió al sacerdote del hospital que le diese la
extremaunción. Fue una madrugada de 1987, una noche en la que Miguel, a sus 32 años, regresaba de
fiesta. Porque en esa época no se perdía una y le gustaba la juerga.
Ahora también. Se estrelló
contra un muro al salirse de una curva con su Renault 5 GT Turbo, un
coche de moda en los ochenta sobre todo por su potencia. En ese momento su vida
se fundió al negro. Se
apagó todo. Entró en coma.
Fueron
quince años metido en una UVI, años en los que su madre, su padre y su hija
Almudena no se separaron de su lado.
La fe de sus padres fue eterna y
su dedicación exclusiva. Aguantaron más de una década de su vida mirando por un cristal a Miguel.
Meses y años de lágrimas, de agotamiento y de momentos duros como cuando los médicos les dijeron
que valoraran la opción de ‘apagar’ a Miguel. “Me querían desenchufar y mi padre reunió a los
compañeros del hospital y les dijo: la
vida sólo la puede quitar Dios.
Si no es por eso, no estaba aquí porque no daban por mi
ni un pavo. Mi padre tuvo fe”. Lo cuenta Miguel. Lo
puede contar. Porque
despertó una mañana de 2002. Sin saber como, abrió los ojos y lo primero que se
encontró detrás del cristal de la UVI donde tantas lágrimas y oraciones había
depositado su familia fue a su madre y a su hija. “Yo no me enteraba de
nada. Abrí los ojos y
estaban mi hija y mi madre. Miré a mi hija y le pregunté ¿eres Almudena? Porque sí me acordaba que tenía una
hija que se llamaba así. Y me dijo: sí. Y yo la respondí: soy tu padre. Mi madre lloraba
como un bebé y mi padre no se lo creía”.
No hay explicación médica.
Miguel había vuelto de un
sueño de quince años y empezaba una nueva vida. Se apagó con 32 años y volvió a nacer con 47.
“Fue como si me durmiera y
me despertara al día siguiente. Cuando vi a mi hija flipé. La recuperé
con carrera y todo y ya me hizo abuelo. Tiene ahora 38 años”.
Volver
a la vida fue un shock
Su
familia, reconoce, le ha dado su nueva vida. No le abandonaron. Le han
contado con detalles cómo pasaron esos 12 años: “Calcula cómo estaría para que
un padre, médico, le diga al cura que me de la extremaunción. Después, cuando desperté no se lo creía
y me llevó a la Universidad de Santiago para que me vieran. Nos dijeron que era un caso
entre un millón. Osea soy un bicho raro. Y mi madre, la pobriña que ya
murió, se pasaba todos los
días en la UVI viéndome a través del cristal y comía allí, dormía allí, no se
separaba de mi”.
Retornar
a la vida no fue fácil, “un shock”, reconoce. Con secuelas físicas,
decenas de operaciones y un mundo totalmente nuevo, que se había movido a una
velocidad difícil de asimilar para Miguel. “Parezco un mapa de carreteras. Me quitaron el
bazo, llevo una prótesis en el hombro, lesiones cranoencefálicas severas que me
provocaron una hemiparepsia (dolencia que disminuye la fuerza motora y paraliza
parcialmente una parte del cuerpo) por culpa de las cicatrices del cerebro. Estuve más muerto que vivo”.
La memoria de Miguel alcanza hasta la trágica noche de
1987 y se vuelve a activar en 2012. Del accidente “me acuerdo donde fue, en una curva y fue por
exceso de velocidad porque me enseñó mi padre el parte de accidente y pone que iba
a 200 con un R5 GT Turbo. De eso me acuerdo de todo”. Esa noche viajaba con dos chicas. Una de ellas falleció.
“Desgraciadamente murió una chica que iba conmigo. Y le cuento lo que me pasó
hace poco: Iba por la calle y una señora se quedó mirándome fijamente de arriba
a abajo. Yo pensé, soy guapo pero no tanto. Entonces me dijo: ¿eres Miguel’ Y yo, sí soy
Miguel. Y se me abraza y se pone a llorar. Yo no sabía qué pasaba y resulta que era la otra chica
que iba en el coche”. No había vuelto a saber nada de ellas. “Eran dos
chicas que había conocido en una noche loca”.
La
primera vez que salió a la calle cuando dejó el hospital que había sido su casa
durante quince años creyó estar soñando. Era como el 'Gurb' de Eduardo
Mendoza aterrizado en el centro de La Coruña. Quería volver a dormirse, dice; y empieza a contar
las miles de anécdotas que han escuchado sus amigos y tertulianos en los cafés
del barrio de Riazor, donde pasa las horas “aburrido” por su invalidez
permanente que le impide trabajar. “Lo primero que dije es: ¡que es
esto del euro! Yo no sabía nada del euro, me había quedado en la pesetiñas.
Cuando
me subí por primera vez a un coche me puse a buscar el starter para arrancar,
antes siempre tirábamos del aire. El mundo cambió mucho. Cuando empecé a salir a la calle pensaba:
la gente está loca, habla
sola y resulta que es que hablaban por los móviles.
O veía un coche de policía con una mujer al volante y
alucinaba y pensaba que estamos en carnavales. Yo es que cuando salí a la calle
flipé. En el coche yo
tenía cassette y ahora con cd y pendrive.
En
la casa donde viven mis padres eran 16 vecinos y sólo quedaban dos, murieron
todos. La mitad de La Coruña no la conozco, donde ahora está el barrio
de Los Rosales era todo monte y ahí iba a entrenar yo motocross.
La autovía ni existía, solo estaba la nacional”. Se embala al hablar. En algunos momentos se le nota cierta dificultad
al vocalizar, pero encontrar un nuevo mundo merece contarlo al detalle. “Te
cuento otra. Tenía cassette y discos y ahora son cd y pendrive.
Cuando
fui al banco y entré en la sala pregunté: ¿Dónde está el ordenador, que en mi
tiempos era un monstruo y ahora resulta que son cosas pequeñitas.
El primer día que me puse a leer el periódico me dije: tengo que ir al colegio a
aprender geografía. Chequia, Montenegro, Eslovenia. ¡Pero qué países son esos!
Yo me quedé con la URSS y Yugoslavia. Alemania ya era una sola”. Una locura.
Miguel no conoció a Aznar. Y le molesta, dejando claro su
lado político. Coruñés de toda la vida y de derechas: “Tuve el accidente con
Felipe Gónzalez y me desperté con ‘zapatitos’. Fueron unos años brutales en la
tecnología en todo. Las
televisiones de antes eran armarios y sólo había dos canales. En Coruña no
están los cines que yo conocí. Así todo de golpe. Decía, qué pasó aquí,
yo me vuelvo a dormir. Los primeros meses son muy duros”.
"Cuando desperté tenía un montón de pasta"
Antes
del accidente Miguel trabajaba como informático, programador concretamente, en
el Banco Pastor. Para los tiempos tenía un buen puesto y un muy buen salario.
Eran los primeros ordenadores y los pioneros en la informática. Cobraba 300.000
pesetas al mes. Gracias a
su padre sus finanzas se mantuvieron y su cuenta corriente subió como la espuma:
“El me ahorraba todos los
meses la pensión y cuando desperté tenía un montón de pasta. Me compré un piso y todo”. Doce años acumulando un salario mes a mes
todo íntegro le dejaron bien cubierto.
La
pasión por el mundo del motor no la ha perdido. Le impacta lo de
Schumacher y está convencido de que “se va a recuperar bien, con fisioterapia y todo eso. Yo me
recuperé bien”. Ahora ya conduce “un coche normal, sin adaptar” y presume de todos los trofeos
que ganó en el mundo del motocross. Le molesta haberse perdido los éxitos del Liceo porque es un “fanático
del hockey”, igual que la época dorada del Súperdepor, la Liga, las
Copas del Rey, o los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Casos
como el de Miguel hay muchos. Familias desesperadas, que dudan, que han
perdido la esperanza. Su experiencia le hace renegar y
estar en contra de la eutanasia. “Nunca hay que perder la fe. Estuve
con una señora hace poco que tenía al hijo desde hace cuatro años en coma y
estaba rota. Y le conté mi
historia y a la señora la llené de esperanza”.
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