Con el tiempo, solemos descubrir que el mejor estado de
la vida no es estar enamorados, sino estar tranquilos. Solo cuando una
persona logra hallar ese equilibrio interior donde nada sobra y nada falta, es cuando se siente más plena
que nunca. El amor
puede aparecer entonces si así lo quiere, aunque no es una necesidad
obligada.
Resulta curioso como la mayoría de las personas
seguimos teniendo como principal objetivo hallar a nuestra pareja perfecta.
Cada vez disponemos de más aplicaciones en nuestros dispositivos móviles para
facilitarnos esas búsquedas. Tampoco
faltan los clásicos programas de televisión en horario de máxima audiencia
orientados para el mismo fin. Buscamos y buscamos en este vasto océano
sin haber hecho antes un viaje imprescindible: el del autoconocimiento.
«Nunca se puede obtener la paz en el mundo externo hasta
que hagamos la paz con nosotros mismos» -Dalai Lama-
El hecho de no haber realizado
esta necesitada peregrinación por nuestro interior ahondando en vacíos y necesidades, hace que
a veces acabemos eligiendo
compañeros de viaje poco acertados. Relaciones efímeras que quedan
inscritas en la soledad de nuestras almohadas, tan llenas ya de sueños rotos y
lágrimas sofocadas. Tanto es así que son muchas las personas que pasan gran
parte de su ciclo vital saltando de piedra en piedra, de corazón en corazón, almacenando decepciones,
amarguras y tristes desencantos.
En medio de este escenario, tal y
como dijo Graham Greene en su novela «El final del romance» solo tenemos dos opciones: mirar
hacia atrás o mirar hacia delante. Si lo hacemos de la mano de la
experiencia y la sabiduría tomaremos
el camino correcto: el del interior. Ahí donde poner en orden el
laberinto de nuestras emociones para encontrar el preciado equilibrio.
La tranquilidad no es ni mucho menos ausencia de
emociones. Tampoco
implica renuncia alguna al amor o a esa pasión que nos dignifica, esa
que nos da alas y también raíces. La persona tranquila no evita ninguna de estas dimensiones, pero las ve
desde esa perspectiva donde uno sabe muy bien dónde están los límites,
dónde esa templanza que como un faro en la noche alumbra nuestra paz interior.
– ¡Qué bella es la tranquilidad!-
-Periandro de Corinto-
Vivimos en una cultura de masas donde se nos insta a buscar
pareja como si de este modo pudiéramos alcanzár por fin la ansiada
autorrealización. Frases como «cuando tenga novia asentará la cabeza» o «todas tus penas se aliviarán
cuando encuentres a tu hombre ideal», no hacen más que anular de forma
constante nuestra identidad para erigir una idealización absolutista y errónea
del amor.
El mejor estado del ser humano no es pues amar hasta
quedar anulado. No es darlo todo hasta que nuestros derechos vitales
queden difuminados solo por ese miedo insondable a estar solos. El mejor estado es estar
tranquilos, con una
adecuada armonía interior donde no quede espacio para los vacíos, para
los apegos desesperados o las idealizaciones imposibles.
Porque el amor, por mucho que nos digan, no siempre lo
justifica todo. No si implica abandonarnos a nosotros mismos.
Hay veces que la soledad es el precio de la libertad Hay veces que la soledad es el precio de la
libertad
Suele decirse que mejor solos que
mal acompañados y que es mejor una soledad digna que intentar mantener un NO
amor a nuestro lado.
Cómo hallar la tranquilidad
interior
Antoine de Saint-Exupéry dijo una
vez que el campo de la conciencia es limitado: solo acepta un problema a la vez. Esta frase
encierra una realidad evidente. Las personas acumulamos en nuestra mente un
sinfín de problemas, objetivos, necesidades y anhelos. Lo curioso de todo ello es que hay quien llega a
creer que el amor lo soluciona todo, que es ese bálsamo multipropósito que todo
lo resuelve, que todo lo ordena.
«En los lugares tranquilos, la razón abunda»
-Adlai E. Stevenson-
Sin embargo, antes de lanzarnos
al vacío esperando tener suerte en el amor, lo más adecuado es ir poco a poco. Lo primero será hallar
esa calma, esa tranquilidad interior donde reorganizar nuestros puzzles
personales para adquirir fuerza y templanza. Reflexionemos ahora en una serie de dimensiones que nos
pueden ayudar a lograrlo.
Claves para hallar el equilibrio
interno
Lo creamos o no, a lo largo de nuestro ciclo
vital siempre va a llegar este momento. Ese instante en que nos digamos
a nosotros mismos «deseo calma, quiero encontrar mi
equilibrio interior» para estar tranquilos. Es un modo excepcional de
favorecer nuestro crecimiento personal y para lograrlo, nada mejor que promover
estos cambios.
Lo primero que haremos es aprender a discriminar qué
relaciones de las que contamos en este presente, no nos son satisfactorias.
Nadie podrá hallar esa ansiada tranquilidad si cuenta con un vínculo dañino entre esos lazos
familiares, de amistad o de trabajo.
El segundo paso es tomar una
decisión esencial: dejar
de ser víctimas. En cierto modo, todos lo somos en algún aspecto:
víctimas de esos lazos dañinos antes referenciados, víctimas de nuestras inseguridades, de nuestras
obsesiones o limitaciones. Hemos de ser capaces de reprogramar actitudes
para alimentar el coraje suficiente como para derribar todas estas alambradas.
Una vez conseguidos los dos pasos
anteriores, es necesario
llegar a un tercer y maravilloso escalón. Debemos tener un propósito,
una determinación clara y definida: ser felices. Hemos de cultivar esa felicidad sencilla en la que uno,
por fín, se siente bien por como es, por lo que tiene y por lo que ha logrado.
Esa complacencia nutrida por las raíces del amor propio nos aportará sin duda
un gran equilibrio.
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