En el oscuro tiempo de los nazis una de
tantas familias judías era llevada en tren a un campo de exterminio.
En
un vagón iban dos hermanos y el mayor había prestado al menor sus mejores
zapatos.
El hecho fue que en un cambio de tren
el menor perdió esos zapatos y
el mayor se desató en fuertes improperios.
Durante todo el viaje lo ofendió, cegado por la ira, hasta
que llegaron a un destino que nadie esperaba.
Allí
los separaron y nunca más se volvieron a ver porque el menor murió en un horno
crematorio.
El
mayor sobrevivió y, cuando fue liberado por los
aliados, buscó sin
descanso a su hermano y a sus padres.
Con el alma desolada descubrió que habían muerto
y confesó llorando a sus amigos: Ese día siniestro hice esta promesa: "nunca más ofenderé a los que
amo porque esas palabras pueden ser las últimas que les diga".
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