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LA FRAGILIDAD DE LAS BUENAS PERSONAS


Las buenas personas son almas llenas de coraje y valentía. Han cuidado de los suyos en los buenos y los malos momentos, han renunciado a muchas cosas por el bien de los demás, y nada, absolutamente nada de ello le pesa o le provoca arrepentimiento o frustración.

La bondad que no conoce sus propios límites, en ocasiones, puede acabar dando demasiado. Quien se ofrece por entero en ocasiones, vuelve a pedazos. Por ello, las buenas personas también tienen derecho a decir “NO”, sin que por ello, pierdan su luz.

No importa lo voluntariosos que nos parezcan siempre, no importa tampoco los esfuerzos que les veamos hacer enfundados cada día en sus mejores sonrisas: como si nada pesara a sus espaldas, como si ninguna preocupación habitara en sus mentes.

Todos necesitamos que se reconozcan nuestros esfuerzos, porque el reconocimiento nos sitúa en el mundo, nos personaliza, nos integra en un contexto, en una familia, en una relación ya sea de amistad o de pareja.

No se trata de dar las gracias, ni tampoco de “devolver el favor”. Se trata de reconocer a la persona por lo que es, por sus actos cargados de bondad, de altruismo, de buenas intenciones y sobre todo, de amor.

El amor que deja de reconocerse, se debilita y enferma. Es por ello que a su vez, las buenas personas también deben ser capaces de dar negativas, de oponerse, e incluso de romper vínculos con quien les hace daño.


Nadie deja de ser buena persona por decir “no”. Es actuar con integridad, porque las almas nobles necesitan de su propia dignidad y respeto para ofrecer a los demás lo mejor de sí mismos.

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