Si Albert Camus consiguió convertirse en uno de los
grandes autores del siglo XX y ganar el Premio Nobel de 1957 por su producción
literaria, fue en parte gracias a los esfuerzos de su profesor de primaria.
Louis Germain no sólo le habló de la escuela secundaria, sino que también le ayudó a preparar el examen de
ingreso e incluso convenció a su abuela -que quería que fuese aprendiz de algún
comerciante local- para que le dejase seguir sus estudios.
Nacido el seno de una humilde
familia de colonos franceses, con una madre analfabeta y casi sordomuda, y un padre que prácticamente
no llegó a conocer al morir en la Primera Guerra Mundial, Camus no olvidó los esfuerzos de
su profesor.
Por eso, tras dedicarle el discurso de
agradecimiento al recibir el Nobel también le escribió una carta de su puño y
letra para agradecerle en primera persona todas sus enseñanzas.
La carta ha sido traducida al
inglés y publicada en el libro More Letters of Note, y decía lo siguiente:
Querido señor Germain:
He esperado a que se apagase un
poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado
grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero
en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo,
sin su enseñanza y
ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada
importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido
y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón
generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos,
que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le mando un abrazo de todo corazón.
Albert Camus
La respuesta de su profesor
Pero tres años antes os podéis
imaginar la enorme satisfacción del profesor Germain al recibir la carta de su
querido alumno reconociendo sus esfuerzos y enseñanzas. Este le contestó de
forma igualmente sincera y emotiva con otra carta.
Mi pequeño Albert:
He recibido, enviado por ti, el
libro Camus, que ha tenido a bien dedicarme su autor, el señor J.-Cl.Brisville.
Soy incapaz de expresar la alegría que me has dado con la
gentileza de tu gesto ni sé cómo agradecértelo. Si fuera posible, abrazaría muy
fuerte al mocetón en que te has convertido y que seguirá siendo para mí
"mi pequeño Camus".
Todavía no he leído la obra,
salvo las primeras páginas. ¿Quién es Camus? Tengo la impresión de que los que
tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen. Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la
idea de descubrir tu naturaleza, tus sentimientos. Cuando mejor lo
consigues es cuando eres simple, directo. ¡Y ahora, bueno! Esas impresiones me
las dabas en clase. El
pedagogo que quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna
ocasión para conocer a sus alumnos, sus hijos, y éstas se presentan
constantemente. Una respuesta, un gesto, una mirada, son ampliamente
reveladores. Creo conocer
bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en
germen al hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía
en toda tu persona. Tu
cara expresaba optimismo. [...]
He visto la lista en constante
aumento de las obras que te están dedicadas o que hablan de ti. Y es para mí una satisfacción
muy grande comprobar que tu celebridad (es la pura verdad) no se te ha subido a
la cabeza. Sigues siendo Camus: bravo. [...]
Hace ya bastante tiempo que no
nos vemos.
Antes de terminar, quiero decirte cuánto me hacen
sufrir, como maestro laico que soy, los proyectos amenazadores que se urden
contra nuestra escuela. Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más
sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar su verdad. Os he amado a
todos y creo haber hecho todo lo posible por no manifestar mis ideas y no pesar
sobre vuestras jóvenes inteligencias. Cuando se trataba de Dios (está en el
programa), yo decía que algunos creen, otros no. Y que en la plenitud de sus
derechos, cada uno hace lo que quiere. De la misma manera, en el capítulo de
las religiones, me limitaba a señalar las que existen, y que profesaban todos aquellos
que lo deseaban. A decir verdad, añadía que hay personas que no practican
ninguna religión. Sé que esto no agrada a quienes quisieran hacer de los
maestros unos viajantes de comercio de la religión, y para más precisión, de la
religión católica. En la
escuela primaria de Argel (instalada entonces en el parque Galland), mi padre,
como mis compañeros, estaba obligado a ir a misa y a comulgar todos los
domingos. Un día, harto de esta constricción. ¡metió la hostia
"consagrada" dentro de un libro de misa y lo cerró! El director de la
escuela, informado del hecho, no vaciló en expulsarlo.
Esto es lo que quieren los
partidarios de una "Escuela Libre" (libre... de pensar como ellos).
Temo que, dada la composición de la actual Cámara de Diputados, esta mala jugada
dé buen resultado. Le Canard enchaîné ha señalado que, en un departamento, unas
cien clases de la escuela laica funcionan con el crucifijo colgado en la pared.
Eso me parece un atentado
abominable contra la conciencia de los niños. ¿Qué pasará dentro de un tiempo?
Estas reflexiones me causan una profunda tristeza. [...]
Recuerda que, aunque no escriba,
pienso con frecuencia en todos vosotros. Mi señora y yo os abrazamos fuertemente a los cuatro.
Afectuosamente vuestro.
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