Nací junto con la tele en plena guerra fría, cuando en
Santiago había cuncunas y golondrinas, el sol no te hacía daño y se podía ver
la cordillera todos los días. Los niños comíamos de todo y el déficit atencional se superaba a punta
de coscorrones.
La
autoridad de los profes y la santidad de los curas eran indiscutibles.
Las mujeres no levantaban la voz y no existían los gays.
•
Crecí en dictadura. Me puse a trabajar a los 18 y me fui de la casa.
Estudié muchas cosas fascinantes y tuve grandes maestros.
• Mi
hijo mayor tenía 5 años cuando volvió la democracia a Chile y cayó el
muro de Berlín.
•
Mis hijos crecen en una sociedad más diversa y más libre.
• El primer celular lo tuve a los 37 y el primer
computador a los 39. Pensé
que la internet sería la globalización del conocimiento y la sabiduría, pero no.
Lo que se instaló es el
imperio del narcisismo y la estupidez.
• Mi
generación es la última en tenerles miedo a los padres y la primera en tenerles
miedo a los hijos. Confieso que esa parte me supera. Los jóvenes me
tienen hasta el cuernito.
• He
amado, he viajado y me he reinventado las veces que he querido. Ahora
quiero estar quieta.
• He
vivido 60 años en este planeta. Ha sido un gran viaje con penas y
dolores y solo tengo
razones para agradecer, pero no me nace hacer yoga, ni dejar de fumar,
ni cuidar el colesterol, ni estirarme la cara. Prefiero la naturaleza, un cafe y a veces el silencio que el carrete.
•
Esto de que a los 50 hay que tener la cara de los 40, el ímpetu sexual
de los 30 y el tono muscular de los 20, para que te encuentren sana y vital,
¡es macabro! ¿Por qué para
estar bien tengo que hacer un montón de cosas que no me interesan?
• No soy la de antes y no tengo atado con que se me noten las marcas del
tiempo.
• Mi cuerpo me dice: “Cállate, siéntate y mira qué lindo ese árbol… qué
rico el sol…”, no me dice: “anda
a subir el cerro, para que lubriques tus articulaciones y oxigenes tus
pulmones”.
• No
quiero estar obligada a encontrar que los jóvenes son fantásticos, o que
los hombres son todos unos pelotudos. Estoy chata de la conversación dirigida, de la
manipulación emocional y de lo políticamente correcto. Ya no estoy
disponible para hacerme la linda ni pintarle el mono a nadie.
•
Disfruto como chancho en el barro, cuando estoy con mis hijos, cuando estoy con
mis amigos, cuando me quedo sola en la casa.
•
Quiero aprenderme los nombres ridículos de las plantas y las flores y comer lo
que se me dé la gana. Escuchar la música que me gusta mientras ordeno mi
casa. Mirar los pájaros en el jardín o ver la luna ponerse en el mar.
• Mi
marido preparando el desayuno los domingos en la mañana me produce más placer
que tirar. ¿Y qué? El que dijo que los 50 son los nuevos 30, ¡es un
mentiroso!
• Pero anda
a decirles estas cosas a tus amigas, porque de inmediato encuentran que
estás deprimida y te
mandan a terapia de pareja o a cursos de mindfullness.
• Prefiero que mi cara tenga la misma edad
que mis manos ¡y no pienso ir a Pilates!
• Me
declaro menopaúsica y harta de la marea hormonal que significa ser mujer.
• Llevo 30 años disponiendo lo que se va a almorzar y ya
no se me ocurre nada. A
veces las redes sociales me aburren a
morir.
• Me
gusta envejecer. No quiero postergarlo.
• No
quiero cuidarme tanto. No soy tan importante.
• Además, este asunto de la longevidad, me da más miedo que la muerte.
Luz Croxatto, actriz Chilena
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