Compuesta por Juan Pablo II para el 1998, en preparación
al gran jubileo
(Espíritu Santo, dulce huésped del alma, muéstranos el
sentido profundo del gran jubileo
y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con fe,
en la esperanza que no defrauda,
en la caridad que no espera recompensa)
Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de
Dios, memoria y profecía de la Iglesia,
dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de
Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, la culminación de la
historia.
¡Ven,
Espíritu de amor y de paz!
Espíritu creador, misterioso artífice del Reino,
guía
la Iglesia con la fuerza de tus santos dones
para
cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio
y
llevar a las generaciones venideras
la
luz de la Palabra que salva.
Espíritu de santidad, aliento divino que mueve el
universo,
ven
y renueva la faz de la tierra.
Suscita
en los cristianos el deseo de la plena unidad,
para
ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento
de
la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.
¡Ven, Espíritu de amor y de paz!
Espíritu de comunión, alma y sostén de la Iglesia,
haz que la riqueza de los carismas y ministerios
contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo,
y
que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados colaboren juntos en
la edificación del único reino de Dios.
Espíritu
de consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz,
suscita
solidaridad para con los necesitados,
da a
los enfermos el aliento necesario,
infunde
confianza y esperanza en los que sufren,
acrecienta
en todos el compromiso por un mundo mejor.
¡Ven, Espíritu de amor y de paz!
Espíritu de sabiduría, que iluminas la mente y el corazón,
orienta
el camino de la ciencia y de la técnica
al
servicio de la vida, de la justicia y de la paz.
Haz fecundo el diálogo con los
miembros de otras religiones,
y
que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.
Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne
en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la
escucha,
haznos dóciles a las muestras de tu amor
y
siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos
que
tú pones en el curso de la historia.
¡Ven, Espíritu de amor y de paz!
A ti, Espíritu de amor,
junto con el Padre omnipotente
y el Hijo unigénito,
alabanza, honor y gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
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