Desde hace más de 30 años, Gustavo Quintana se dedica a
ayudar a morir a pacientes terminales.
El 11 de noviembre del año pasado, el doctor Gustavo
Quintana llegó a la casa de uno de sus pacientes, en el sur de Bogotá, para
practicar la eutanasia número 100 de su carrera. Eran las 9 de la noche. Como
siempre, en su maletín no llevaba fonendoscopio ni tensiómetro, sino seis dosis de cloruro de
potasio, una de las sustancias usadas en las ejecuciones con inyección letal,
en Estados Unidos.
Su
paciente estaba listo para irse de este mundo. Se trataba de Jhon
Quintero Muñoz, un joven de 33 años al que, años atrás, le había sido diagnosticada una enfermedad
terminal: esclerosis lateral amiotrófica (que degenera los músculos).
El
joven lloró en la despedida de su familia, que lo cuidó durante cinco años en
los que solamente movía los párpados (así se comunicaba). Luego, su mejor amigo -quien
interpretaba los mensajes de Jhon- alzó la voz: "Doctor, él dice que lo
haga ya, que está listo". En la bolsa de suero que lo alimentaba,
Quintana inyectó el cloruro de potasio. Cinco minutos después, Jhon murió.
Así son los días de trabajo de este polémico médico que, en lugar de
salvar vidas, se dedica a
inducir la muerte en pacientes terminales. "Yo no juego a ser Dios, soy
simplemente un instrumento, un desafortunado instrumento", cuenta
Quintana.
Es médico de la Universidad Nacional, tiene 65 años,
nació en Tuluá (Valle) y tuvo un consultorio particular por 30 años, pero lo cerró cuando descubrió y
se dedicó a practicar la eutanasia.
Para
algunos, es un sicario (así lo llamó un estudiante en una conferencia en la
Nacional). Para otros, como el médico Jorge Merchán-Price, de la Universidad
Javeriana, es un médico que viola el juramento hipocrático. Y para los
familiares de personas como Jhon Quintero, "es un ángel que permite parar
una vida angustiante de manera rápida y sin dolor".
Quintana habla despacio, con tranquilidad, como si las
102 eutanasias que ha practicado no lo atormentaran: "Yo duermo tranquilo, porque sé cuál es la
misión que cumplo en la vida de muchas personas que sufren y que no tienen ninguna
oportunidad de vivir", dice. Desde la sala de su casa, donde vive
con su mamá y un hermano con discapacidad mental, habla este hombre, calvo,
robusto, buzo profesional y amante de la medicina cuántica, los caballos y las
carreras de carros. "Por
lo que hago me dicen el 'doctor muerte', y no me ofende. Ojalá me llamaran el
doctor de la muerte digna".
A la eutanasia llegó -cuenta- luego de sufrir un accidente automovilístico que
le comprometió la médula espinal. "Yo le dije a mis colegas: 'si voy a
quedar cuadripléjico, no me hagan nada, déjenme morir' ".
Aunque fue solo una contusión, este episodio lo marcó. Se dedicó a visitar enfermos
terminales a los que, luego, empezó a practicarles la eutanasia, por unos dos
millones y medio de pesos, en promedio.
Con una sonrisa, acepta que entre 1981 y 1997 practicó de manera ilegal 40 de
ellas. "Yo sé que me había podido meter a la cárcel, pero lo invito a que pase unos
días con un paciente terminal, para que me diga si no haría algo por ellos, si
pudiera", expresa en su defensa este médico, padre de cuatro hijas
y casado y separado en
cuatro oportunidades.
Además, según Quintana, la ley lo faculta para practicar la eutanasia. De
hecho, Colombia es el único país de Iberoamérica donde está despenalizada esta práctica.
Quizá por eso el escritor estadounidense Richard N. Cote,
autor del libro Gentle Death, sobre la eutanasia, le dedica un extenso capítulo
a Quintana, a quien considera
pionero de la muerte digna en América Latina.
Paradójicamente, ahora, después de 31 años de practicar
eutanasias, dice que si
llegara a quedar cuadripléjico, no quisiera que le practicaran la eutanasia de
inmediato: "Me mantendría dos años más vivo, para escribir un libro sobre
la muerte digna, pero yo sí elegiría el día de mi muerte".
'La
vida es un derecho, no es un deber'
Después de practicar 102 eutanasias, ¿qué siente?
La eutanasia no es una labor grata. Cómo quisiera dar
vida, pero es inevitable: todos
en uno u otro momento hemos de morir. Lo que no comparto es que esa muerte sea
indigna.
¿La eutanasia es un suicidio asistido?
Así le dicen, pero debería llamarse culminación voluntaria. Cuando hay un
suicidio, estás terminando con una posibilidad de vida digna; una persona que
decide su eutanasia no la tiene.
¿No teme ir a prisión?
No. Mientras haga las cosas como las manda la Corte
(Constitucional), no tengo riesgo legal.
¿Usted decide quién vive y quién no?
Es
la voluntad del paciente, no la mía. Yo le hago la eutanasia a un enfermo que pierde su
dignidad y a quien su dolor lo obliga a entender que es mejor morir que vivir
mal.
¿Y cómo sabe usted si eso es lo mejor para él?
No es un tema médico, yo no me pongo a comprobar su
enfermedad. El tema es
humano, conmueve mi espíritu.
Pero tiene detractores...
Sí, algunos médicos que creen que yo no soy honesto al
practicar la eutanasia, porque dicen que estamos para dar vida y no para
quitarla.
¿Y acaso no es así?
Los
médicos debemos entender que no hay que encarnizarse con la idea de mantener
vivo a un paciente, la vida tiene un final. Y ojalá sea el mejor y digno.
¿Pero sí es un derecho?
La
vida es un derecho, no un deber. Y yo puedo considerar cuándo dejo de
ejercerlo. Eso es dignidad.
Hay un grave vacío legal
La Corte Constitucional, en su sentencia C-239 de 1997, dictaminó que el homicidio
eutanástico o por piedad, sin el consentimiento expreso del individuo, sigue
siendo ilegal. Pero practicar
la eutanasia con consentimiento no se considera un delito, siempre y cuando la
practique un médico. El
sujeto debe contar con la capacidad intelectual de decisión; se debe tener
información fiable de que su enfermedad es terminal, y el consentimiento no
puede ser producto de una depresión. La corte le pidió al Congreso, hace
15 años, que de manera inmediata regulara la eutanasia, algo que no se ha
realizado (se han presentado tres proyectos que han sido archivados). La Corte
también dijo que todas las eutanasias que se practiquen antes de la regulación
deberán ser investigadas por la Fiscalía. Algo que, en los casos de Quintana,
nunca se ha hecho.
Los países que la permiten: Sudáfrica, Alemania Federal,
Australia, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Gran
Bretaña, Holanda, India, Israel, Italia, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Suecia,
Suiza y Zimbabue.
NOTA: HAY QUE DEJAR A DIOS LAS COSAS QUE SON DE DIOS.
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