Cuando
la vida te saca a bailar, aceptas la oferta y te agarras a ella posesivamente.
Mientras la incertidumbre te da la mano, una melodía desconocida te augura un
futuro plagado de proyectos y misterios por resolver.
Ni
siquiera tú conoces tus límites y bailas delirante, meneando las
caderas, moviendo tu pelo al son de cada nota, haciendo vibrar cada milímetro de tu piel.
De
repente, te sientes transportada por esa frenética danza que te hace
jadear de placer y dolor. Todo te da vueltas y más vueltas. Y mientras eso
ocurre, tu desazón se estrella contra una realidad plagada de interrogantes sin respuesta
aparente.
Tu
inexperiencia y tu juventud no te permiten saberlo, pero pronto
entenderás que eres el producto de una realidad creada por ti misma, todo
aquello que has interiorizado y que puedes recordar. Créeme, aunque a veces te sientas
pequeña, eres muy grande.
Mientras bailas y dudas, llenando el espacio de fantasía,
esperanza, deseos y luz, piensas
que nadie es capaz de comprenderte. Y yo, que no puedo evitar mirarte de
reojo, guardo silencio, consciente de que solo tú puedes tejer tu propio
destino. No me atrevo a
aconsejarte, ni tan siquiera me atrevo a sonreír con sabiduría por miedo
a que mi sonrisa desate tu
ira.
Yo
también pasé por lo mismo, por eso te entiendo mejor que tú misma. Hubo
una época en que yo bailé esa misma música que tú estás bailando ahora y me
dejé seducir por sus misterios, abrazándome fuertemente a los fantasmas de mi
propio sueño. Como tú,
enfrenté problemas, cometí errores, dudé, reí, lloré, amé…
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