Un
estudiante de zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo
permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole: “Maestro, los pensamientos
y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos
segundos, luego vuelven con más fuerza. No puedo meditar. No me dejan en paz”.
El maestro le dijo que
esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar. No obstante, el
estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y que su mente estaba
confusa. Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y
reflexiones, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.
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EL CUENTO BUDISTA ¿QUIÉN AGARRA A QUIÉN?
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