1. Amar a Dios no es, precisamente, sentir cariño sensible
hacia Él, como lo sentimos hacia nuestros padres; porque a Dios no se le ve, y
a las personas a quienes no se ve es difícil tenerles cariño. Dios no
obliga a eso, pues no está en nuestra mano. Aunque hay personas que llegan a
sentirlo, con la gracia de Dios.
Amar
a Dios sobre todas las cosas es tenerle en aprecio supremo, es decir, estar
convencido de que Dios vale más que nadie, y por eso preferirle a todas las
cosas. Tú puedes tener mucho más cariño al
cuadro que pintó tu hija, que a cualquiera de los cuadros que se exponen en el
Museo del Prado de Madrid, aunque reconozcas que estos últimos tienen mucho más
valor artístico. El amor a
Dios es apreciativo.
2.
Tenemos que amar a Dios porque Él nos amó primero y debemos corresponderle. El
amor se manifiesta en obras más que en palabras. «Obras son amores y no buenas
acciones». Amar a Dios es obedecerle, cumplir su
voluntad. No hacer mal a nadie. Hacer bien a todo el mundo.
Una prueba de amor a Dios sobre todas las
cosas es guardar sus
mandamientos por encima de todo . Es decir, estar dispuesto a perderlo todo antes que
ofenderle. Por lo tanto preferir a Dios siempre que haya que escoger
entre obedecerle o cometer un pecado grave.
Es el caso de San Pelagio de Córdoba y de
Antonio Molle, de Santa María Goretti y Josefina Vilaseca, que se dejaron
martirizar y apuñalar antes que cometer un pecado grave.
El adolescente San Pelagio murió mártir
el año 925 por rechazar
las proposiciones deshonestas del Califa cordobés Abderramán III.
Antonio Molle, joven jerezano que a los
veinte años fue mutilado y
martirizado el 10-VIII-1936 durante la guerra civil española. Cayó
prisionero de los milicianos en el frente de Peñaflor (Sevilla), y como llevaba
un escapulario quisieron hacerle blasfemar. Él siempre contestaba gritando: ¡Viva Cristo Rey!.
Le cortaron las orejas y le sacaron los ojos, y al final lo acribillaron a
balazos. Así lo cuenta Rafael de las Heras, testigo presencial. Hoy su cuerpo
mutilado está enterrado en la Basílica de Ntra. Sra. del Carmen Coronada de
Jerez de la Frontera (Cádiz).
María
Goretti, italiana, murió mártir de quince puñaladas por negarse a los deseos
deshonestos de un amigo suyo, que después se convirtió y murió
fraile franciscano.
Josefina Vilaseca también murió apuñalada
en Diciembre de 1952 en Artés, diócesis de Vich, por negarse a perder su virginidad. Tenía doce
años.
Con ocasión de la beatificación de unos
sacerdotes, mártires, asesinados en Motril (Granada) durante la persecución
religiosa que tuvo lugar en la guerra civil de 1936, dijo el Papa Juan Pablo
II: «La vida muere, pero
la fe triunfa y vive. Así es el martirio. Un acto supremo de amor y fidelidad a
Cristo, que se convierte en testimonio y ejemplo, en mensaje perenne para la
humanidad presente y futura».
Dice Jesucristo: «el que guarda mis mandamientos, ése es el que me
ama». Y San Juan: «En
esto consiste el amor Dios, en guardar sus mandamientos».
Este mandamiento también nos obliga a creer en todas las verdades de
fe; a esperar en Dios, confiando que nos dará las gracias necesarias para
alcanzar la vida eterna; a adorarle solamente a Él, darle el culto
debido y reverenciarle con el cuerpo y con el alma. Este mandamiento nos manda
adorar sólo a Dios.
Este mandamiento prohibe especialmente la idolatría que
consiste en adorar como a Dios a otra cosa o persona.
3.
Peca contra este mandamiento quien trata indignamente o maltrata personas,
lugares o cosas consagradas a Dios: por ejemplo,
una religiosa o un cáliz. Este
pecado se llama sacrilegio.
Comete también un sacrilegio quien
administra o recibe en pecado grave algún sacramento que requiere estado de
gracia, lo cual es gravísimo. Por ejemplo, quien se casa en pecado grave, o quien comulga en pecado
grave.
4.
Para que la duda sobre una verdad de la Religión sea pecado, es necesario que
sea voluntaria. No es pecado darse cuenta de que el
misterio es difícil de entender, que nuestro entendimiento no lo puede
comprender, etc.
Si
a pesar de todo esto, se fía uno de Dios que lo ha revelado, y cree, no sólo no
hay pecado, sino que hay mérito.
«En
la absoluta veracidad divina -motivo formal de la fe- no cabe el error o el
engaño» .Lo que no se puede hacer -a pesar de la
oscuridad profunda del misterio- es dudar si será eso verdad o no. Esta duda
positiva, tomando como cosa incierta lo que Dios ha revelado, es pecado.
«El
pecado contra la fe está en la negación o en la duda voluntaria de aquello que
se sabe que Dios ha revelado».
«Sucede
muchas veces que dudamos de cosas que hemos tenido como indudables, y quizás,
equivocadamente, hasta de fe; pero que no lo son, de hecho. (...) Como si uno ha creído que era de fe que los sacerdotes no
se podían casar. (...)
La
fe debe extenderse a todas las verdades reveladas por Dios y propuestas como
tales por la Iglesia.
«Nadie pierde la fe sin culpa propia».
Dijo el Concilio de Trento: «Dios
no abandona a nadie, si no es Él abandonado primero».
«El
que no vive como piensa, terminará pensando como vive. (...) Si no
ajustas tus obras a la fe, terminarás perdiendo la fe».
«La
manera de vivir influye decisivamente en la manera de pensar».
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