En
cierto modo es injusto esperar demasiado de las exploraciones lunares, si
tenemos en cuenta los límites de lo que se ha hecho. Al fin y al cabo,
no se ha hecho otra cosa que recoger algún que otro material de la superficie
en seis lugares muy separados y dentro de un área total equivalente a América
del Norte y América del Sur juntas.
Pudiera muy bien ser que en cualquiera de estos
alunizajes los astronautas no hayan estado ni a cinco kilómetros de alguna
clave para descifrar los enigmas lunares, sin que ellos lo supiesen.
Por otra parte, los astrónomos y los geólogos no han
hecho sino comenzar su misión. El estudio de las rocas lunares proseguirá
durante años. El proceso puede ser útil, porque algunas de las rocas tienen
unos 4.000 millones de años y son, por tanto, reliquias de los primeros mil
millones de años de existencia del sistema solar. Jamás se ha encontrado en la Tierra nada que se remonte,
inmutable, a un período tan remoto.
De entre
las cosas que nos ha revelado la investigación de la constitución química de la
superficie lunar, la más clara quizá sea que la distribución de elementos es
muy diferente de la de la Tierra. Comparadas con la Tierra, en las rocas
de la superficie lunar escasean aquellos elementos que tienden a formar
compuestos de bajo punto de fusión: hidrógeno, carbono, sodio, plomo, etc. Los elementos que forman
compuestos de alto punto de fusión (zirconio, titanio y las tierras raras) se
encuentran en mayor porcentaje en la corteza lunar que en la terrestre.
Una explicación lógica sería suponer que la superficie
lunar sufrió en otro
tiempo un calentamiento lo bastante fuerte y continuado como para evaporar y
echar a perder los compuestos de bajo punto de fusión, dejando atrás los
de alto punto de fusión. Esta conclusión viene además apoyada por el hecho que,
al parecer, hay una proporción muy alta de materiales vítreos en la Luna, como
si gran parte de la superficie se hubiese fundido y solidificado después.
Pero ¿qué es lo que originó ese calor? Pues, por ejemplo,
el impacto de grandes
meteoritos a lo largo de la historia remota de la Luna, o bien, gigantescas erupciones
volcánicas. En ese caso, el efecto aparecería en ciertas zonas y no en
otras. Sin embargo, hasta
ahora las pruebas parecen indicar que dicho efecto se extiende a toda la Luna.
Acaso viniese ocasionado por un largo período de
sobrecalentamiento del Sol. En ese caso, la Tierra también habría estado
inmersa en un calor parecido. Aunque la Tierra está protegida por el aire y los
océanos, mientras que la Luna no, podrían existir pruebas en nuestro planeta de
ese cálido período. No se ha encontrado ninguna, pero quizá sea porque en la Tierra no hay
rocas que hayan subsistido, sin modificación alguna, desde aquellos
primeros mil millones de años del sistema solar.
Una
tercera posibilidad es que la Luna estuviese en otro tiempo mucho más cerca del
Sol. Quizá fuese en origen un planeta independiente, con una órbita
alargada que, en uno de los extremos, la aproximara al Sol hasta una distancia
parecida a la de Mercurio hoy día. En ese supuesto podemos estar seguros que su
superficie estaba completamente cocida por el Sol.
Puede que el otro extremo de la órbita llevara a la Luna
bastante cerca de la órbita terrestre y que en un momento dado, quizá no más de
mil millones de años atrás, la Tierra lograra capturarla, convirtiendo así en
satélite lo que antes fuera planeta.
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