Nuestra sociedad está enferma de arribismo y lo que
es peor, esta patología es aceptada como norma. Ese es el diagnóstico que ha
hecho de la sociedad colombiana el psiquiatra Carlos Climent en su nuevo libro
‘Los tiranos del alma’.
“¿Para qué pasar
por el excesivo trabajo de ascender por méritos propios, si es más fácil acomodarse,
lambonear, hacer lo que digan los dueños del circo social, para que
ellos te recomienden?”, eso se preguntan los arribistas, especímenes con traje
de ejecutivo, cola de lagarto y habilidades de mono trepador.
En Facebook ya
se ha creado un grupo denominado ‘Por una Colombia menos fantoche, arribista y
acomplejada’, que ya cuenta con 729 miembros.
La descripción que ellos dan del arribista no es
mera coincidencia:
“‘Soy de mejor estrato que mis papás’, es la máxima que opera a su voluntad los destinos de muchos jóvenes de
la casi acabada clase media de nuestra rudimentaria y querida patria”.
Pero antes de
entrar en materia, es bueno hacer unas precisiones semánticas.
Todo lobo es por fuerza también lagarto. En cambio, no todo lagarto es lobo. Así lo
sentenció el extinto escritor y cronista bogotano Alfredo Iriarte en su libro
‘La fauna humana’:
“El lobo es un arribista desenfrenado e impaciente. No se da tregua. En su carrera de ascenso
atropella lo que se le ponga en frente.
Es un impetuoso
trashumante interclasista que, desde luego, viaja siempre de abajo hacia
arriba”.
Como bien lo
dijo el cronista, en los tiempos actuales los estratos socioeconómicos que
generan y nutren la totalidad de los lobos o arribistas son la pequeña y mediana burguesía, “de
allí emergen las aullantes manadas en vertiginosa carrera hacia los niveles
excelsos de la alta, que
es donde ellos creen ver los signos de la aristocracia y la nobleza”.
Algunos sucumben en el camino y se quedan de lobos
vergonzantes, otros alcanzan la meta. “Muchos en el proceso de ascenso no
alcanzan a exhibir méritos capaces de franquearles las puertas de los
estamentos egregios.
Pero otros,
blandiendo las armas contundentes del éxito económico, taurino, artístico,
deportivo, literario, político y farandulesco, se abren paso con certeros y
demoledores codazos, y se instalan con firmeza en el empíreo que tanto habían
anhelado”, dio fe Iriarte.
Eso sí, por más esfuerzos que hagan, no pueden ni
podrán jamás borrar lo que este autor llama “su inconfundible catadura de
advenedizos y metecos”, esa que
se hace más notoria y ostensible en la medida en que tratan de maquillarla con
“los burdos afeites de su jactancia y estruendo”.
Siendo
benevolentes, un 30% de la población colombiana padece de ‘arribismo’, según el
psicólogo clínico y escritor Fernando Julián Calero De la Pava.
En el fondo, en
un arribista se esconde una gran vulnerabilidad, baja autoestima y profunda
insatisfacción.
Sigue un
equívoco principio sociocultural que se ha impuesto como norma social, que considera que tener dinero o
ser prestigioso es una forma de triunfo. Obedece a la máxima de triunfar
por encima de cualquier principio.
Es producto de una sociedad donde se cree que todo
es válido, que para surgir es
más fácil correrle el asiento al otro que hacerlo con méritos propios.
Algunos,
diagnostica Calero, se
vuelven cínicos y sociopáticos, sólo quieren ascender, y caen en la corrupción,
en la entrega de favores sexuales, en una individualidad reactiva, de
surgir por encima de todo y de todos.
Los hay exhibicionistas, que se auto invitan a
cuanta reunión política o social haya, pasando por el intrigante profesional que sutilmente muerde los
talones de los demás para ir teniendo menos competidores y llegar al cargo
deseado; hasta el que debe más de lo que tiene y prefiere pavonearse en un
carro último modelo así su nevera esté vacía.
Otro tipo de arribista, según el psiquiatra Carlos
Climent, es ese que piensa “que podrá subir, siempre y cuando sirva a los
señores”.
Es ese
arribismo, dice, “el que está generalizado de una manera patética en ciertos
grupos, donde nadie expresa claramente lo que piensa, nadie dice las críticas
que tiene sobre la organización, porque la organización está montada sobre una base de favores que se
conservan”.
Lo grave, según
Climent, es que “la ciudad se queda sin méritos, e involuciona, porque todas las posiciones se van
llenando de mediocres. Y los mediocres, no van a llegar a ningún lado”.
¿Cómo
identificarlos?
El arribista, como el pez, muere por la boca. De sus labios saldrá eventualmente alguna
frase como “hay que mejorar la raza”, cuando temen que sus hijos se “mezclen”
con alguien a quien consideran de menor alcurnia, o tez oscura.
Porque de racismo sí que saben. Al conocer a alguien preguntan su segundo
apellido, no porque estén interesados en el respetable estudio de la
genealogía, sino para ubicar al ‘fulano’ en su mapa mental de abolengos.
Buscarán desesperadamente el rastro de parientes
aristocráticos (reales o
imaginarios) y lo sacarán a relucir cuando quieran impresionar.
Y bajo ninguna
circunstancia se sentarán
en el puesto delantero de su carro, al lado del chofer, así se maréen
menos.
La forma más
exacerbada de arribismo según Calero es la cultura del narcotráfico, que va acompañada de
exhibicionismo extremo, derroche y chabacanería, incluye bombas, secuestro y
destrucción del otro.
Aunque en el
fondo todos los seres humanos tenemos algo de arribistas, desde la óptica de la
psiquiatría.
El psiquiatra Lucio David González explica que hay
un deseo natural del ser humano de escalar, que se explica a través de la
escala psicológica de Maslow.
Primero busca satisfacer sus necesidades básicas,
luego lograr la comprensión, el amor; después, pertenecer a un grupo, a una
empresa; más tarde, liderar la sociedad. Finalmente, dejar una herencia a la sociedad: un libro, una música.
Y dice también
que “es natural que como
especie animal, se trate de competir, el subir escaños de esa escala indica que
se está bien dotado genéticamente, eso es bueno para la especie, porque tiene
más posibilidades de reproducirse”.
Quienes exageran
el deseo de ascender, sufren de angustia, según González.
Los que tienen
menos angustia, escalan sin desespero. Por suerte, el arribismo se cura.
Según De la Pava
puede llegar el momento en que el arribista se canse de ser aceptado de dientes
para afuera y de ser objeto de burlas a sus espaldas.
Descubre que la tranquilidad no se compra en las
boutiques, y se deprime. Se
cuestiona sobre su satisfacción, empieza a preocuparse por su familia y su
evolución espiritual.
González aclara
que “el arribista puede
mejorar cuando él lo solicite, pero esto sucede cuando empieza a fracasar. Si
triunfa y triunfa, se convierte en una perversión, le da tanto placer lo que
hace, que no quiere curarse”.
Él hace alusión
a un caso real de un político que vivió ocupado en escalar posiciones y se
olvidó de sus hijos. Uno de ellos se suicida, y lo conmueve al punto que busca
terapia y modula su arribismo.
Al llegar a los
50 años muchos le bajan al acelere y dejan que los demás asciendan y descubren
la esencia de la frase: “Dime
de qué presumes y te diré de qué careces”.
Compran
accesorios de marca, que no van ni con su talla ni con su personalidad.
Van a restaurantes a mirar gente y a ser vistos, el
menú poco importa.
Son clientes asiduos de liposucciones, inyecciones
de botox y arreglo de párpados.
Cuando conocen un miembro de una familia
aristocrática, rebuscan algún parentesco o se autoinvitan a casa de éste.
Hacen lo
imposible por enviar a sus hijos a estudiar al exterior, así vayan a
instituciones de menor calidad .
Buscan tener
contacto con políticos a los que al poco tiempo de conocerlos ya llaman con su
primer nombre.
Están convencidos de que con plata se consigue
todo, incluso la clase.
Van a esquiar en la nieve a Europa o EE.UU., así se
mueran de frío o de susto, sólo para fanfarronear.
¿Superación o
arribismo?
Existe el deseo de superación y el arribismo, cada
uno obedece a realidades muy distintas. Quien desea mejorar no se avergüenza de
sus orígenes, los tiene muy presentes como un motor sano que lo impulsará hacia
un futuro mejor.
Hay tres tipos
de apego en la infancia que se descubren al año de edad.
Cuando la mamá se despide de su hijo, un niño sano
llorará, pero se adaptará a quedarse solo. Pero también están el que se queda
tranquilo y el que hace berrinche.
El tranquilo
está acostumbrado a que la mamá no le ponga atención, tiene el síndrome del
Tarzán, aprendió que le toca sobrevivir solo en la selva, es precoz,
inteligente, independiente, pero tiende a maltratar al que hace el berrinche.
Es el futuro arribista.
Datos claves
La mujer no está tan angustiada como el hombre por
escalar. Pero también existen mujeres arribistas, que utilizan sus dotes
físicas para ascender en la escala social.
Los arribistas
tienen un tipo de inteligencia, que es la capacidad de adaptación, y en la gran
medida de los casos, una gran seguridad. Algunos encantan con su carisma y
capacidad de oratoria.
EL ABAJISMO,
OTRO MAL
Siempre están preguntando:
“¿Cuánto te
costó esa camisa?”, “¿dónde compraste ese carro?” y cuando les responden, hacen
comentarios como: “Es que ustedes los ricos”.
Cuando los adulan, responden que “sólo es un
chirito de $3.000. Es una promoción”.
Estas personas son depresivas, no tienen ganas de
competir, apenas se pueden levantar de la cama. No tienen ambiciones. Son
inseguras.
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