El
dolor es una percepción desagradable que siempre ha acompañado a la humanidad.
Y pese a los intentos que el mundo y la ciencia han hecho para eliminarlo,
ningún dolor ha sido erradicado.
Sin importar la intensidad, el tipo o la causa, nueve de
cada diez dolores pueden ser atenuados si se tratan de manera adecuada.
El dolor no es una relación simple de fibras, órganos y
neurotransmisores. En él
influyen muchos factores del individuo y su entorno, al punto de que es
personal e intransferible.
Se sabe que con lesiones similares, dos personas no
sienten el mismo dolor con igual intensidad; es más, un mismo dolor varía en la persona si está sola o
acompañada, triste o alegre, si tiene o no deudas, si es Navidad o comienzos de
año.
Aunque siempre se ha relacionado el manejo del dolor con
analgésicos o intervenciones médicas, hay otras cosas que lo atenúan sin
necesidad de recurrir a ellos. Estas son algunas.
Control sobre la corteza cerebral. El cerebro tiene
regiones definidas como responsables de la percepción del dolor. Una de ellas
es el cíngulo anterior en la corteza cerebral. Un estudio de la Universidad de
Stanford confirmó que las
personas adoloridas pueden disminuir las sensaciones molestas si controlan
estas zonas. En un experimento se le dijo a un grupo de ellas que
pensaran durante un periodo de tiempo en su dolor y, acto seguido, se les
indujo pensamientos gratos para distraer su atención y activar otras zonas de
la corteza cerebral.
Se
comprobó que los pensamientos agradables mantenidos en el tiempo disminuían
significativamente la actividad sobre la zona del cíngulo e, incluso, promovían
que las personas con dolor cambiaran su cara y pudieran moverse con más
facilidad. La mente del paciente con dolor debe estar ocupada, ojalá en cosas
gratas.
La
risa. Es clásico el artículo que referenció a Norman Cousins, editor del
New Yorker, quien atenuaba
sus intensos dolores con 20 minutos de risa genuina. Reír disminuye
hasta en un 50 por ciento la intensidad del dolor y la necesidad de
analgésicos, incluso, de derivados del opio, en pacientes con dolores severos.
La explicación, aunque también está ligada a la distracción natural del
cerebro, tiene que ver con el aumento de la producción de endorfinas
(sustancias similares a la morfina).
Los
masajes. Existe una teoría neurofisiológica llamada la teoría de la
compuerta, una de las bases funcionales para tratar el dolor. Todos los
estímulos que viajan por los nervios llegan a una especie de puerta en el
sistema nervioso central; el primero que llega le cierra la puerta al otro.
Como el dolor viaja por unas vías que son lentas,
cualquier cosa que viaje por las vías más rápidas (como la presión, la
temperatura, el tacto, el calor y la vibración), al llegar primero bloquean el
dolor. Esa es la razón por la cual, por ejemplo, quien se machuca aprieta
instintivamente el dedo afectado; la sensación de presión viaja más rápido que
el dolor.
También
se sabe que los masajes, de manera crónica, mejoran el flujo sanguíneo,
aumentan el nivel de endorfinas y disminuyen los espasmos musculares.
Malas palabras. Frente a un dolor intenso, las personas
de cualquier condición, edad o cultura, por lo general sueltan palabras y
gritos que en ocasiones rayan en lo soez.
Investigadores de la Universidad de Keele (Reino Unido)
confirmaron que, al sentir dolor y expresar en voz alta la palabra que ellas
escogieran, el umbral del dolor se aumentaba de manera importante (mayor
resistencia al mismo) cuando el lenguaje era soez.
Este, dicho de manera genuina, aumenta las variables del
cuerpo que actúan en el estrés. Al competir el dolor con mantener en el tiempo
la voz o el grito, el cerebro se distrae y la sensación dolorosa tiende a
disminuir. De ahí que se intervenga como una reacción natural de tipo
instintivo, a veces imposible de bloquear.
Otros modos de analgesia
Las
personas acompañadas sienten menos dolor.
Las
técnicas de respiración que promueven inspiraciones profundas y pausadas
(respirar profundo y contar hasta 10) aumentan la concentración de CO2 en el
cuerpo, lo cual promueve la dilatación de las arterias y una mayor oxigenación
e irrigación en los tejidos; esto baja la concentración de elementos que
activan las vías dolorosas.
El
ejercicio regular (40 o 50 minutos diarios, cuatro o cinco veces a la
semana), en condiciones aeróbicas, induce la liberación de endorfinas, un
excelente analgésico.
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