El
Temor a la soledad
El temor a la soledad es una idea absurda que abunda en
nuestros días y que no tiene ni pies ni cabeza. Nadie está solo en nuestras
ciudades, pueblos o incluso aldeas… Siempre hay gente a nuestro alrededor y,
sin duda alguna, muchas personas desearían tener una maravillosa relación con
nosotros.
Miedo
al aburrimiento
Es sorprendente la cantidad de gente que tiene miedo al
aburrimiento. Secretamente, temen aburrirse y andan tapando esa posibilidad con
actividades intrascendentes y poco gratificantes. El aburrimiento es una
sensación de malestar muy ligero. Y, en muchas ocasiones, incluso puede ser
placentero.
La
indecisión
A veces nos entra un miedo irracional a decidirse. Las
personas con dificultades para decidir crean siempre, en su mente, dos alternativas
peligrosas, y se ven atrapadas entre ellas. La solución para ellos pasa por
darse cuenta de que ninguno de los dos fallos son terribles: pueden ser un poco
malos, pero nada más. Aunque uno falle y elija la opción “peor” se puede ser
feliz. Además, en la mayoría de los casos, una mala decisión no implica riesgos
para la supervivencia física, así que no es algo grave.
Miedo
al ridículo
Otro miedo absurdo es el miedo al ridículo. No hay que
dar demasiada importancia a la propia sensación de ridículo, es decir, entender
que es normal la emoción de vergüenza y, por tanto, imposible de eliminar del
todo. Además hay que darse cuenta que nuestra imagen social es poco importante.
Si pensamos así, nunca tendremos demasiada sensación de ridículo porque, simplemente,
nos importará muy poco lo que los demás opinen de nosotros. Uno se libera
definitivamente del miedo al ridículo cuando basa su valía en su capacidad de
amar y no en capacidades o logros. Todas las personas tienen valor por su innata capacidad de amar.
No
necesito ser rico, elegante, inteligente, etc. para tener valor. Para
mí, esta idea es básica en mi sistema filosófico por varias razones:
- Las
personas que yo realmente aprecio son aquellas capaces de amar y no las que
tienen una gran imagen.
- Es
imposible no ser “menos” con frecuencia. No podemos encajar
perfectamente en todos los sitios y en todo momento… y estaremos en
inferioridad de condiciones. Pero ¿qué importa? Lo esencial es que somos
personas maravillosas y estamos ahí para aprovechar cualquier ocasión de
colaborar, amar y divertirnos.
Si no nos dejamos engañar por las apariencias y valoramos
por encima de todo la capacidad de amar y hacer cosas gratificantes, la
autoimagen deja de ser importante. Considero que las personas más maduras y
fuertes son aquellas que pueden visualizarse con hándicaps y ser felices.
Pueden verse con limitaciones, pero con una gran capacidad de amar y de hacer
cosas positivas por sí mismas y por los demás.
Hay que liberarse de la necesidad de aprobación de los demás y sentirse
tranquilo frente a cualquiera. Las personas maduras están por encima de la
evaluación ajena. No les importa demasiado que los demás les critiquen
tontamente y, entonces, paradójicamente, gozan de un mayor respeto de los
demás.
Las relaciones
El
secreto para tener los mejores amigos es el siguiente: pedirle a cada amigo
sólo lo que pueda dar. Nunca lo que no pueda dar. En las relaciones
humanas, hay que aceptar más al otro y componer lo que llamo “el collage de la
amistad”, es decir, plantearse las relaciones como un gran mural donde cada
persona te aporta una cosa diferente. De esta forma, entre varias personas, uno
por aquí, otro por allá, lograremos tener “los mejores amigos”. Si lo pensamos
bien, cada uno de nosotros tenemos unos puntos fuertes y otros débiles. ¡No
existe la perfección! Y no podemos exigir a nuestros amigos que sean perfectos.
Cada uno de nosotros escoge lo que desea aportar y no tenemos por qué
esforzarnos demasiado sólo para complacer a alguien que exige demasiado.
Como amigos, hermanos o hijos, habrá cosas que podamos
ofrecer y otras que no.
La aceptación incondicional de los demás es la clave para
mejorar las relaciones en general. También sé lo mucho que cuesta cambiar el
chip cuando estamos acostumbrados a juzgar y castigar. El mundo de las
relaciones es una fuente maravillosa de realización, tiene muchas
satisfacciones que darnos, pero hay que hacer ese giro radical.
Una
buena pareja es aquella que es capaz de ser feliz independientemente de lo que
haga el otro. Si estamos sanos, si somos fuertes, todos podemos estar
bien con la persona que tenemos al lado pese a sus defectos, porque no hay
defecto tan grave como para hacernos realmente infelices.
Cuando las personas que tenemos al lado se pongan
nerviosas, exageren, nos exijan cosas que no deseamos conceder…, lo fundamental
será no entrar en su dinámica, no discutir en los mismos términos que ellos,
pues, en ese momento, están desviados de la realidad. Intentar razonar con
alguien que temporalmente no está en su sano juicio no es razonable. Lo que
podemos hacer, a lo sumo, es intentar influirles positivamente sacándoles de su
neura, distrayéndoles con tres herramientas: el humor, el amor y el
surrealismo. Si lo hacemos bien, es posible que la persona vuelva a sus
cabales.
En el mundo e la pareja, de la amistad, es mucho más
efectivo renunciar al conflicto e intentar convencer al otro, que empeñarse en
hacer justicia. Claro que tenemos que aprender a seducir, pero podemos empezar
a practicar ya mismo. Cuando nos hayamos convertido en maestros de la
seducción, nuestras relaciones mejorarán muchísimo. Por otro lado, esta
estrategia implica renunciar realmente a lo que desearíamos si el otro al final
no accede. Renunciamos hoy, pero seguiremos pidiendo el cambio en las
siguientes ocasiones. La estrategia de la seducción es una estrategia a medio
plazo, que nos otorga mejores resultados en general, aunque perdamos algún
deseo en el camino.
La
eficacia y el orgullo de la falibilidad
Algo de eficiencia es interesante, pero demasiada es
agotadora y demencial. Lo que más interesa para mantener la salud emocional es
bajar inmediatamente el ritmo de esas exigencias, aprender a aceptarnos con
nuestras limitaciones. Me acepto con mis fallos y limitaciones y, lo que es
mejor, entiendo que esta aceptación me hace ser mejor persona porque le quito
exigencias a la vida y mi ejemplo sirve para pacificar el mundo. Lo normal es
hacer algunas cosas bien y otras no y divertirnos en el proceso. Muchas veces
fallamos y no pasa nada.
Tolerancia
a la frustración
La tolerancia a la frustración nos permite disfrutar más
de la vida, ya que no perdemos el tiempo amargándonos por las cosas que no
funcionan. Hay que aceptar que en la vida hay miles de pequeñas adversidades ¿y
qué? Si las aceptamos e, incluso, les hacemos un rincón en nuestra mente, no
nos preocuparemos demasiado por ellas, lo cual hará que seamos más capaces de
enfrentarnos a la vida. La mayoría de las veces se trata sólo de pequeñas
incomodidades sin trascendencia. En realidad, ¡seguimos teniendo todo lo
necesario para la felicidad! Mucho cuidado con las quejas cotidianas porque
tienden a convertirse en hábito. El proceso de cambio consiste en: aceptar las
adversidades, darse cuenta de que no son relevantes para la felicidad y
focalizar la atención en las maravillas que aún tenemos a nuestro alcance.
Liberarse
de las obligaciones
Es muy común sufrir, durante años, ciertas penosas
obligaciones que nos imponemos nosotros mismos, generalmente porque pensamos
que “debemos” hacerlo o también por temor al juicio de los demás. Desde mi
punto de vista, prácticamente no existen obligaciones. Lo cierto es que no
tenemos por qué complacer a los demás como ellos desearían ser complacidos.
Nuestros familiares y amigos no necesitan ser complacidos para llevar unas
vidas felices. Por eso, no tienen por qué enfadarse. Y si lo hacen, es su
problema.
Nadie
puede hacer feliz a nadie. La felicidad es un estado mental en el que sólo uno
mismo puede entrar y que no depende de tener más o menos problemas.
Ahondar
en la despreocupación: la salud
Los seres humanos tendemos a imaginar situaciones ideales
(que sólo existen en nuestra mente) y luego nos enfadamos o entristecemos si no
se cumplen. Esa falta de aceptación de la realidad es la base de la
infelicidad.
Una de las realidades que nos negamos a aceptar con mayor
frecuencia es la enfermedad. La salud no es tan importante como creemos por
varias razones:
- Para no terribilizar sobre la enfermedad y obsesionarse
con la salud. - Para afrontar la enfermedad con optimismo cunado nos toque. -
Para reajustar nuestro sistema de valores general.
La salud no es esencial para la felicidad: lo más
importante es la propia felicidad. Dicho de otra forma, no nos preocupemos
tanto de la salud y más de disfrutar de la vida. La salud, en tanto que nos
posibilita hacer más cosas significativas y divertirnos más, es interesante,
pero por sí misma no es prácticamente nada.
La enfermedad, el dolor y la muerte forman parte de la vida
y no tienen por qué ser entendidos como desgracias inútiles que truncan la
felicidad de las personas. Más bien se trata de procesos naturales, realmente
inconvenientes, pero que aún dejan mucho espacio para la alegría, el amor y la
fraternidad, como demuestran las hermosas experiencias de tanta gente. Podemos
ser razonablemente felices estando enfermos. ¿Acaso el hecho de deprimirse o
lamentarse continuamente va a ayudar a curarnos?
Gran
parte de la emociones negativas arrolladoras que sentimos cuando estamos
enfermos (o ante la posibilidad de estar muy enfermos) proceden de la estúpida
creencia mágica de que: "debo vivir muchos años”.
Aunque sea absurda, la sostenemos en el fondo de nuestra
mente y es la responsable del miedo a la enfermedad o la muerte. Muchas veces
añadimos sufrimiento al dolor cuando nos lamentamos por estar enfermos. El
malestar psicológico amplifica entonces el dolor hasta hacerlo casi
insoportable. Si
aprendemos a atajar la parte emocional del dolor, éste se puede reducir en un
90%.
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