Aprende a cerrar tus
ojos, juntar las manos, estar en silencio y sentir la amorosa presencia del
Padre.
Percibes un cambio positivo cuando eliges iniciar y cerrar el día con ese ritual
pacificador.
Y sienta mayor paz si
pones una música relajante y, al mismo tiempo, aspiras el aroma de un buen incienso.
Son ayudas para calmar tus ansias, sosegarte, reencontrar la
confianza y renovar el entusiasmo.
La oración diaria aleja
las insidias y trae paz cuando sólo deseas hacer la voluntad del Padre.
La razón siempre inventa excusas fabulosas para alejarnos de la
luz y mostrar como recto lo torcido.
Por eso busca el plan
divino con preguntas sabias:
¿qué estoy haciendo? ¿Por
qué y para qué?
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