Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la
vida.
Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no
apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.
Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las
arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.
Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis
penas,
tanto como dejé para tenerte.
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