Vengo
de un mundo lleno de caminos, montaña, selva, mar, prado y arena. ¡Traigo una
sed de paz, tan infinita! Hazme un nido de amor para mi pena.
Andaré por los cerros, selvas y llanos toda la vida
arrimándole coplas a tu esperanza, tierra querida.
Cuando se abandona el pago y se empieza a repechar, tira
el caballo adelante y el alma tira pa´atrás.
Yo siempre fui un adiós... Un brazo en alto, un yaraví
quebrándose en las piedras cuando
quise quedarme vino el viento vino la noche y me llevó con ella.
Soy
un cantor de artes olvidadas que camina por el mundo para que nadie
olvide lo que es inolvidable: la poesía y la música tradicional de Argentina.
Un
deseo profundo vive en mí: ser un día el rostro de una sombra sin imagen
alguna, y sin historia. Ser solamente el eco de un canto apenas acorde que
señala a sus hermanos. La libertad del espíritu.
No
sé soy creyente; cuando le preguntaban eso mismo a mi padre, él
respondía, en broma, que era
dudante. En lo que hace a mí mismo, no soy religioso. Tengo por ahí algún sarampión
místico que repentinamente me inquieta.
Decía mi mamá: Hay cosas que no se compran en la botica
de la esquina. Hay que hacer la
enorme y costosa diligencia de adquirirlas con el espíritu, y eso cuesta.
No
le tengo miedo a la muerte, a lo que sí le tengo respeto es al trance, el ir
hacia allá. Confieso que tengo curiosidad por saber de qué se trata.
La guitarra con toda su luz, con todas las penas y los
caminos, y las dudas. ¡La guitarra con su llanto y su aurora, hermana de mi
sangre y mi desvelo, para siempre!
Así, en infinitas tardes, fui penetrando en el canto de
la llanura, gracias a esos paisanos. Ellos fueron mis maestros. Ellos, y luego
multitud de paisanos que la vida me fue arrimando con el tiempo. Cada cual tenía "su"
estilo. Cada cual expresaba, tocando o cantando, los asuntos que la pampa le
dictaba.
Amo
la luz, y el río, y el silencio, y la estrella.
La
guitarra es para mí un poco el templo donde yo entro a rezar. Cuando yo necesito musitar mi
salmo profundo, voy a la guitarra. Por supuesto, no voy a tocar
chacareras, que me encantan, ni gatos. La chacarera en Santiago del Estero, la
zamba en Tucumán y el estilo en la provincia de Buenos Aires, para mí eso
configura toda una atmósfera tradicional y hermosa. Pero para rezar, la vidala. Y la hora no importa,
las nueve o las tres de la mañana y no necesito el estímulo del vino, ni de
amigos. Respondo al reclamo interior, al "cascabel", como lo
llamaba Ortega y Gasset: cuando se agita dentro de uno el cascabel, es cuando
se necesita andar ese camino para ver qué rebaño lo anda buscando.
Alguna
vez en la vida volveré por esa senda, haciendo el mismo camino entre tu rancho
y la acequia.
Si
un trovador me pidiera un poquito de luz para su vida, toda la selva en fuego
convertida para su corazón yo le ofreciera.
Yo
camino por el mundo. Soy pobre. No tengo nada. Sólo un corazón templado, y una
pasión: la guitarra.
Ninguna fuerza abatirá tus sueños, porque ellos se nutren
con su propia luz. Se alimentan de su propia pasión.
Y al llegar el final, tendrán su premio, nadie los
nombrará, serán lo
"anónimo", pero ninguna tumba guardará su canto.
Me
duele tanto el silencio por lo mucho que perdí. Que no se quede callado el que quiera ser feliz...
La
música es una de las cosas que puede salvar al mundo, porque un hombre
que busca y encuentra y se solaza horas y días y años y años luz, a través de
generaciones, con la belleza, ¿qué otra cosa puede querer que un mundo mejor?
Yo
me voy con mi destino pa'l lado donde el sol se pierde tal vez alguno se
acuerde que aquí cantó un argentino.
Mi padre era poco amigo de explicaciones. Pienso que tal
vez prefería enfrentarme al paisaje, a los hombres, a las cosas que pueden
ayudar a entender la vida,
para que poco a poco yo sacara mis propias conclusiones. Tenía, sí, el
buen tacto de no ofrecerme espectáculos vulgares. Muchas veces, con una mirada o una palabra, me
ordenaba alejarme de gentes que él no consideraba oportunas o dignas para mis
ojos.
Los
pueblos, los hombres se enfrían por ausencia de espíritu. Pero estamos
nosotros, con pedernal y yesca, con melodías y cantares, poemas y reflexiones,
alto desvelo y sueños de
todo tipo, para entibiar las horas de aquellos que no quieren congelarse
todavía.
Mi mano en el diapasón se afirma como una zarpa. Es que
voy gritando cosas que me dicta la guitarra.
Siempre
he pensado que nada es mejor que viajar a caballo, pues el camino se compone de
infinitas llegadas. Se llega a un cruce, a una flor, a un árbol, a la sombra
de la nube sobre la arena del camino; se llega al arroyo, al tope de la sierra,
a la piedra extraña. Pareciera
que el camino va inventando sorpresas para goce del alma del viajero.
Los
días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en
revelación. Nací en un medio rural y crecí frente a un horizonte de balidos y
relinchos.
Cuando
inclino la cabeza para esconder una lágrima, estoy viviendo y muriendo lo que
ordena la guitarra.
Las
penas y las vaquitas se van por la misma senda. Las penas son de nosotros, las
vaquitas son ajenas.
Pasa tu zamba por la noche oscura, y el eco de tu voz en
la llanura sigue buscando luz y primavera.
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