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EL ARTE DE NO AMARGARSE LA VIDA


Transformarse es posible
La vida es para disfrutarla: amar, aprender, descubrir…, y eso sólo lo podremos hacer cuando hayamos superado la neurosis (o el miedo, su principal síntoma).

Queremos aprender a aprovechar todo nuestro potencial. Cambiar, transformarse a uno mismo en una persona sana a nivel emocional, es posible.

El carácter está formado por una serie de  rasgos innatos, pero también por toda una serie de aprendizajes adquiridos en la infancia y en la juventud, y es sobre esa estructura mental donde podemos actuar.

Podemos forjarnos una vida libre de miedos, abierta a la aventura, plena de realizaciones. Cuando hayamos transformado nuestra mente, seremos más capaces de gozar de las cosas pequeñas y grandes de la vida, podremos amar - y dejar que nos amen - con mayor intensidad y tendremos grandes dosis de serenidad interior.

Piensa bien y te sentirás mejor

Todos podemos aprender a ser más fuertes y equilibrados a nivel emocional, el segundo es que este aprendizaje se lleva a cabo transformando nuestra manera de pensar (nuestra filosofía personal, nuestro diálogo interno. No nos afecta lo que sucede sino lo que nos decimos sobre lo que sucede.

Es el diálogo interior el verdadero productor (a veces oculto) de las emociones. Detrás de cada emoción negativa exagerada existe un pensamiento catastrofista.

Todos podemos cambiar nuestra modalidad de pensamiento para hacerla más positiva y constructiva. Todos podemos reeducarnos para la calma y la felicidad.

Cuando nos habituamos a evaluar de una forma más exacta, realista y positiva, nuestras emociones se vuelven mucho más serenas, porque recordemos: las emociones que sentimos son siempre producto de nuestros pensamientos o evaluaciones.

Las personas mentalmente fuertes tienen mucho cuidado de no dramatizar jamás sobre las posibilidades negativas de su vida y ahí está la fuente de su fortaleza. Están convencidas de que la mayor parte de las adversidades no son ni “muy malas” ni “terribles”. Ese convencimiento profundo es lo que les mantiene en calma: ése es su secreto.

Los seres humanos necesitamos muy poco para estar bien. Nuestras necesidades básicas son escasas.

Para saber si algo que me ha sucedido o me podría suceder es “un poco malo” o más bien es “terrible”, tengo que comparar esa situación con “todo” lo que me podría suceder.

Los seres humanos sabemos, conocemos, a través de distinguir diferencias y comparar unas cosas con otras. Por lo tanto, cualquier intento de ser más objetivos pasa por comparar de la forma más eficiente posible. Hay que comparar con todo el mundo, con la comunidad de todos los seres humanos, con todas las posibilidades reales que se dan en la vida, sin esconder la muerte, las enfermedades, las carencias básicas… A veces, nos volvemos neuróticos cuando nos centramos en nosotros mismos como niños pequeños que se creen el centro del universo.

Una buena regla para medir es hacerse la siguiente pregunta: ¿En qué medida esto que me ha pasado (o me podría pasar) me impide llevar a cabo acciones valiosas por mí o por los demás?

Todos los adultos tenemos una filosofía vital determinada, es decir, somos filósofos por naturaleza, lo queramos o no. Revisar nuestro sistema de valores, nuestras creencias más básicas acerca de lo que vale la pena, o no, es un ejercicio muy sano porque es posible que nuestra filosofía nos esté haciendo la vida imposible.

El hombre (o mujer) maduro es aquel que sabe que no necesita casi nada para ser feliz.
En la mente de las personas maduras hay una especie de línea imaginaria que distingue claramente entre “deseo” y “necesidad”. Un deseo es algo que me gustaría ver cumplido, pero que no necesito. En cambio, una necesidad es algo sin lo cual realmente no puedo funcionar. Es bueno tener deseos, es natural. Deseamos poseer cosas, divertirnos, estar cómodos, que nos amen, hacer el amor…, y todos esos deseos son legítimos, siempre y cuando no los transformemos supersticiosamente en necesidades. Y es que los deseos causan placer. Las necesidades inventadas producen inseguridad, insatisfacción, ansiedad y depresión. Sin embargo, parece que las personas tenemos una fuerte tendencia a crear necesidades ficticias a partir de deseos legítimos.

La creación de necesidades artificiales produce malestar emocional, tanto si las satisfaces como si no, porque:
- Si no lo consigues, eres un desgraciado… - Y si lo consigues, siempre lo podrías perder…, y ya estás introduciendo el miedo y la inseguridad en tu mente.

Si queremos madurar tenemos que evitar esa tendencia y mantener siempre a raya los deseos, que están muy bien siempre y cuando sean sólo divertimentos en una vida que ya es feliz de por sí. Si los deseos no se cumplen, no pasa nada; no los necesitamos para sentirnos plenos, para disfrutar de nuestras otras posibilidades.

La persona madura sabe que la única forma de disfrutar de los bienes de la vida es estar dispuesto a perderlos. Sólo podemos disfrutar de lo que podemos prescindir. Por otro lado, tener necesidades inventadas conlleva otro problema adicional y es la generación automática de insatisfacción. Cuando tenemos una necesidad de este tipo, como poseer una casa, acumulamos mucha expectación.

Creemos que cuando la poseamos, seremos felices. Imaginamos un futuro alegre, satisfecho, pleno… Y solemos decepcionarnos porque el cumplimiento de ese deseo exagerado no produce tanta satisfacción.


La felicidad implica disfrutar de los deseos sin apegarse a ellos, sabiendo que son meras formas de divertirse, pero en ningún caso, necesidades reales.

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