Esos con los que vamos por el mundo, los que nos sirven para
protegernos, para que no nos hagan daño, para cubrir las expectativas de los
demás. Me lo pongo para que me quieran, para que no me rechacen, no me
abandonen ni me critiquen.
Lo uso
para que no me veas, para que no sepas quien soy, porque si descubres quien soy
es posible que me abandones, porque yo creo que quien soy no te gustará, siento
vergüenza y me escondo tras mi disfraz. Me pongo el disfraz cada día, así soy
amable, generoso, y todo aquello que gusta a los demás. Estafo, miento.
Así que
tú en realidad no sabes quién soy, te relacionas con alguien que no existe.
Muchas veces el disfraz me lo pones tú. Me vistes tal y como a ti te
gustaría que yo fuera, necesitas que sea así. Luego cuando te das cuenta que
realmente no es tu disfraz el que luzco, te enfadas conmigo y me pides que
cambie. Así que fíjate los que se relacionan no somos tu y yo en realidad, es
tu disfraz y el mío los que andan relacionándose.
Y así
andamos por el mundo fingiendo ser quien no somos, y hablando y tratando con
quienes no son, tapando con nuestro disfraz a nuestro verdadero ser.
Si algún día tuviéramos el valor de quitárnoslo, poco a poco
como aquel caballero de la armadura oxidada nos asombraríamos al ver cuán
maravillosos somos , seguramente gustaremos a menos personas, nos rechazaran
más, pero cuando sin
disfraz encontramos a las que nos quieren y nos aceptan tal como somos, que
sensación tan reconfortante la de sentirnos queridos sin disfraz.
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