Las
preguntas tienen la genuina capacidad de permitir aflorar lo verdaderamente
importante en las personas. Poseen una cualidad maravillosa que suscita
reflexión, creatividad y un replanteamiento relevante acerca de los valores,
creencias y objetivos que nos mueven a ser lo que somos, y a desempeñar un
papel y rol específico en el mundo.
Como decía acertadamente Sócrates, las preguntas son como un
alumbramiento, un “parto” del cual se genera una nueva realidad y enfoque,
un nuevo modo de ver el mundo y la relación estrecha que se tiene con él. La
mayéutica busca dar lugar a un nuevo conocimiento a través del cuestionamiento
y la indagación. Todos los
seres humanos poseemos la capacidad intrínseca de visualizar con acierto las
demandas y verdades que conectan de manera precisa con lo que nuestro ser
anhela alcanzar y manifestar.
Esto es así, debido a que todos nosotros sin excepción, poseemos las respuestas y los
recursos disponibles en nuestro interior para alcanzar satisfactoriamente
nuestro objetivo. Y la forma más acertada y esclarecedora para
profundizar en esas respuestas reveladoras, es por medio del arte de preguntar.
Hay un relato Zen acerca de un hombre que busca
desesperadamente algo bajo una farola. Un peatón se detiene para ayudarle y le pregunta:
¿Qué está buscando?
Mis llaves -responde el hombre.
¿Dónde las ha perdido? -pregunta el buen samaritano.
Oh, las perdí en casa -contesta el hombre.
Un momento -dice el esforzado caminante- ¿las perdió en
casa y las busca aquí en la calle?
En casa está oscuro -responde el hombre- y no puedo ver.
Aquí hay más luz, de modo que prefiero buscar aquí.
La
clave en las preguntas es intentar arrojar luz en los lugares adecuados, ya que
de no ser así, no podrán ampliar nuestra perspectiva, ni nuestro ángulo de
visión sobre las experiencias vividas con anterioridad.
Las
preguntas potentes son como linternas que despejan un camino lleno de bruma y
oscuridad. Cuando formulamos a una persona una pregunta potenciadora, le
brindamos la oportunidad de que ésta reflexione sobre su experiencia y sus
recursos de una manera diferente y más creativa, siendo capaz de contemplar su
jardín mental con brotes nuevos, espléndidos y vigorosos.
Las
preguntas poderosas responden a un paradigma claro de ejecución:
Suelen comenzar con la palabra “qué”: Las preguntas
encabezadas por la palabra “qué” acotan la realidad de una manera más
específica y concreta, lo que ayuda a centrar el objetivo de una manera más
efectiva.
Conducen
a la acción: Las preguntas poderosas están orientadas a las soluciones.
No basta comprender intelectualmente un problema para tener éxito. Hace falta
abordarlo con acciones concretas y específicas que ayuden a su consecución.
Están orientadas al objetivo y no al problema: Las
preguntas están orientadas a cómo descubrir y alcanzar con acierto el objetivo
que se persigue. Indagar en los problemas trae consigo un estado mental
improductivo, desde el cual resulta difícil abordar con creatividad las opciones
disponibles para concretar nuestra meta.
Nos
llevan hacia el futuro deseado: Las preguntas poderosas señalan el
camino que deseamos cimentar partiendo de una base nueva anclada en las
posibilidades que proporciona el presente. No resulta indispensable comprender
como se originó el problema, esto no aporta valor, convicción y creencias
potenciadoras que nos ayuden a emprender un nuevo rumbo con la mayor motivación
posible.
Resulta
relevante también ser conscientes del lenguaje tanto verbal como no verbal del
receptor. Esto proporciona al emisor una directriz clara sobre cómo
encarar y confrontar el mapa del receptor de manera respetuosa y clara cuando
sea necesario. Es decir, si el emisor aprecia que el receptor incurre de manera
continua en generalizaciones del tipo: “nunca he sido bueno para esto”, el
emisor puede preguntarle: ¿Recuerdas alguna experiencia u ocasión en el que sí
te desenvolviste con seguridad en aquello que hacías? ¿Qué sentiste al
respecto? Esta pregunta lleva implícita el hecho de que sí ha tenido seguridad,
y es bueno en muchas experiencias que ha emprendido, el sesgo por tanto es
potenciador, y le insta a encontrar una mejor respuesta.
Del mismo modo, las palabras de presión (debería, tengo
que, tendría que) suponen otro obstáculo inconsciente con el que el receptor
boicotea su objetivo. A menudo estas palabras implican una regla, práctica o
“deber” que el receptor tiene que cumplir. Este cumplimiento no emana de su
voluntad o deseo sino de un deber, por lo que resulta importante que el emisor
confronte esta realidad de la manera más efectiva posible. Preguntas como: ¿Qué
pasaría si no lo hicieses? ¿Quién dice eso? ¿Cuán importante crees que de
verdad eso es para ti?, ayudan al receptor a explorar su realidad con más
acierto.
En
conclusión, las preguntas suponen una fuente ilimitada de oportunidades y
opciones en cualquier ámbito o desempeño de la vida personal y colectiva. En su
seno reside el afán perpetuo y eterno del ser humano de progresar y concebir,
nuevas y mejores formas de evolucionar y crecer. ¿Deseamos optar a la grandeza
que nos pertenece?
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