Alzheimer
Aún
recuerdo aquel día en que me dijeron por vez primera que mí ser querido tenía
depresión. Lo primero que pensé “el médico se ha equivocado”, y a los pocos
días el diagnóstico era claro “Alzheimer”.
Aún recuerdo esa sensación, porque yo estaba estudiando
la carrera de Psicología y a día de hoy, no soy capaz de quitarme el
sentimiento de “cómo no pude verlo”, pero era una cría y aún no estaba metida
en materia.
Tengo
grabados muchos momentos de la enfermedad, muchas imágenes del deterioro
físico, visitas al Neuropsicólogo, al neurólogo, al psicólogo, al centro de
día, a la Asociación de Alzheimer, a la residencia… pero hay muchos otros
momentos de los que no me acuerdo, y la cronología de las fechas me baila.
No se trataba de un familiar de primer grado, pero, sí lo
suficiente cercano como para haber participado en mi crianza y en muchos
momentos de mi vida. Eso hizo, que pasara a su lado toda mi corta vida hasta
ese momento.
No
los voy a engañar, a veces dudaba del diagnóstico, porque le veía muy lúcido y
otras muy perdido. Pero, así es esta enfermedad, que te pone del revés. La
evolución fue rápida, pero, lo peor, era ver cómo alguien tan grande se hacía
cada vez más pequeñito.
Los primeros años, marchaban con “normalidad”, visitas
para la revisión, charlas en el centro de día, comidas familiares para fomentar
el respiro al cuidador principal, paseos para no perder la costumbre, mantener
rutinas para no provocar una desestabilización… pero, pronto llegaría el
momento en que le tienes que llamar por su nombre porque a veces no te
reconoce, noches de deambulación porque está muy agitado, regalos de niño
pequeño para estimular, llamadas a las ambulancias…
Y,
pronto llegó el momento de decidir, que así no podíamos seguir. Que la
cuidadora principal, ya no podía más y el resto veíamos que el proceso
degenerativo ya iba muy rápido. Recuerdo una noche, en la que la agitación
motora era tal que se aumentó la dosis de Aloperidol, y no hacía efecto, que
los sanitarios de la ambulancia se quedaron perplejos cuando al llegar a casa
ven a una persona de metro ochenta diciendo que ésa no es su casa, que son sus
muebles pero que no es su casa…. Ese día, fue el comienzo de una serie de
decisiones duras de tomar. De acudir al médico para solicitar informes para
entregar a las residencias públicas, de hablar con abogados para incapacitar,
de mirar residencias, de gestionar emociones y de tener la cabeza en su sitio
para actuar de la mejor manera.
La gente de la calle, te suele decir que ahí está para lo
que necesites, que tampoco se le ve tan mal, que vaya carácter que gasta… pero,
lo que no saben es que no vas a ir por la calle gritando a los cuatro vientos
que tu familiar tiene Alzheimer. Sobre todo, porque hasta tú, a veces te cuesta
entender determinados comportamientos.
Tomar
la decisión de ingresar a tu ser querido en una residencia, no es fácil,
incluso para una sanitaria como yo. Sé que es lo más adecuado, porque
son centros específicos para personas asistidas y no asistidas; donde cuentan
con un médico y profesionales sanitarios casi 24 horas al día, donde trabajan
profesionales que saben cómo llevar a este tipo de enfermos, unos horarios,
conocen la mejor manera de bañarlos sin hacerse daño… SON PROFESIONALES. Y ahora
me diréis, ya pero no se les trata con el mismo cariño que lo harías tú; pues
he de decir, que sí, lo que yo viví fue cariño, ternura, delicadeza, trato
especializado… son profesionales, pero también son PERSONAS.
El
mal del Alzheimer, es una enfermedad devastadora. Borra tus recuerdos, pero es
incapaz de borrar la Memoria Emocional. Nuestro regalo más preciado, volvemos a
nuestra niñez, donde un beso significa más que una comida, donde un canción te
transporta a vivencias que pensabas enterradas, donde un abrazo te transporta a
la mayor de las seguridades… Sé, que deja secuelas importantes en los
familiares, los sentimientos de culpa por aquella vez que le gritaste o por los
sentimientos de no haber hecho lo suficiente… e incluso al respiro cuando la muerte
pone fin a tanto sufrimiento… lo único que nos queda, es el amor ofrecido, los
besos dados y las caricias robadas.
Porque aunque nos duela que no nos conozcan, lo realmente
importante es hacerles felices; al menos ellos no se acordarán de lo que hicimos
por ellos pero nosotros si nos acordaremos de sus sonrisas, el brillo de sus
miradas, sus apretones de manos… porque son ellos los que no tienen memoria,
sin embargo su memoria siempre quedará en nuestros corazones.
Películas como el Diario de Noa, ¿Y tú quién eres?… nos
aproximan a la cara más amarga de esta cruel enfermedad. Nos dan unas pautas de
cómo saber tratar a este tipo de enfermos. Por ejemplo, no le cambies las
rutinas porque para ti no tiene importancia pero para ellos es su punto de referencia,
no trates de razonar con ellos, su razonamiento ha mermado, no les chilles
porque no te entiendan, acuérdate cunado tú no eras pequeño y tus padres tenían
paciencia para explicarte con tranquilidad las cosas, si te repiten las cosas, hazte de nuevas, no se acuerdan
que te lo han dicho diez veces… no se trata de saber cuidar, sino de CUIDAR CON
AMOR.
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