Alejandro Jadad es el científico Colombiano de mayor
reconocimiento mundial por su trabajo en ciencias de la información y
tecnologías aplicadas en salud. Se graduó de médico y anestesiólogo de la
Universidad Javeriana, y a los 27 años fue aceptado como estudiante de posgrado
de la prestigiosa Universidad de Oxford, en el Reino Unido. Allí se convirtió
en el primer doctor en síntesis del conocimiento de esa institución. Profesor
de la Universidad de McMaster (Canadá) y catedrático de la Universidad de
Toronto, hoy es conferencista en foros mundiales
Estos
son apartes de la entrevista a Alejandro Jadad quien se encargó de redefinir el
concepto de salud creado por la OMS y que ha sido catalogado como uno de los
genios que van a cambiar el mundo en este siglo.
Fue justamente, con una pregunta -muy simple, en apariencia-
que este anestesiólogo con
doctorado en síntesis del conocimiento y tratamiento del dolor de la
Universidad de Oxford causó revuelo internacional: "¿Qué es la salud?",
interpeló a un grupo de expertos reunidos, en el 2008, durante la celebración
de los 60 años de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El auditorio se
quedó en silencio. También hubo risas. "Me motivó no saber la respuesta.
Luego me dijeron, 'usted nos metió en este lío, usted nos saca'. Un año después
estaba con 30 expertos en La Haya, creando un nuevo concepto de salud".
¿Por
qué cambiar el concepto de salud?
Según la OMS, salud es "el estado de completo bienestar físico, mental y social,
y no solo ausencia de enfermedad". Con esa definición nadie podría
ser saludable porque cualquier molestia afecta ese bienestar. Nuestra propuesta es que la salud es la capacidad de las personas o de
las comunidades para adaptarse, o para autogestionar los desafíos físicos,
mentales o sociales que se les presenten en la vida.
¿Cuál es
el papel del médico hoy?
Desde la antigüedad, se decía que es curar pocas veces,
aliviar a menudo y consolar siempre. Pero, desde el descubrimiento de los
antibióticos, creemos que podemos curarlo todo, y lo pusimos al revés: tratamos de curar siempre, aliviar
de vez en cuando y consolar raras veces.
¿Y los
sistemas de salud?
No
funcionan porque continúan enfocados en eliminar enfermedades, y porque nos
enferman. En Estados Unidos la principal causa de muerte es el sistema
sanitario, por errores
médicos, efectos
secundarios de medicamentos y complicaciones de intervenciones, incluyendo infecciones. El 70 por ciento de lo que
ocurre en los hospitales no debería pasar ahí. Ir a una consulta a que
le chequeen la presión arterial es como ir a la tienda de la esquina a comprar
leche en helicóptero.
¿para
qué son los hospitales?
Para
atender solo las enfermedades agudas, como las fracturas, la apendicitis o las
que requieren cuidados intensivos porque la mayoría de las dolencias de
la sociedad contemporánea son crónicas e incurables, como la artritis, la
diabetes o la demencia.
Usted
habla de cambiar modelos, ¿por qué?
Porque todos los modelos que
guiaron nuestras vidas en el siglo XX ya no funcionan, se han vuelto nuestros enemigos: el sistema
sanitario nos enferma y nos mata, el educativo nos embrutece y el financiero
nos empobrece.
¿Y esto
qué tiene que ver con la medicina?
Hace
mucho que esto dejó de ser un tema de medicina. En nuestra red mundial estamos tratando de crear un futuro mejor, con nuevos modelos de cómo
vivir, aprender, trabajar, entretenernos, etc.
¿Cree
que lo va a lograr?
No, soy un pesimista feliz. Esta es mi estrategia para no
frustrarme. No espero que haya cambios. Esto va a ser cada vez peor.
Tal vez no tengamos
salvación.
Pero, como dije, me levanto cada día tratando de probar que estoy equivocado y que sí es posible el cambio. Si no hacemos algo radicalmente
distinto, la mejor opción que nos queda para cambiar sería una pandemia, otra
peste que elimine a tres cuartas partes de la humanidad.
¿Por qué tan trágico?
Primero, nos
haría menos soberbios. Segundo, seríamos menos y el impacto en el planeta sería menor,
y por lo menos nos daría
la oportunidad para sobrevivir un poco más como especie. No hay especie
que haya sobrevivido dominante ni para siempre. Creo en la Hipótesis Gaia
(James Lovelock), que considera a la Tierra como un superorganismo que se
autorregula, en el que nosotros nos hemos convertido en una infección. El calentamiento global es como la fiebre; los terremotos, como
escalofríos y los tsunamis, como una gripa. La Tierra se está
defendiendo y se va a deshacer de nosotros, si no nos portamos bien.
¿Qué
podemos hacer?
Entender que está en juego
nuestra supervivencia como especie y que los desafíos que enfrentamos necesitan
respuestas que trasciendan los nacionalismos o regionalismos triviales.
Las tecnologías de la información, en particular las
móviles, nos están dando la oportunidad de unir esfuerzos a nivel global para
promover altos niveles de bienestar para nosotros y el planeta. Y
hay recursos para hacer esto posible. No hay justificación para que
más de mil millones de personas en el mundo tengan hambre y no tengan techo,
mientras que el consumismo de una minoría amenaza con acabar los recursos
finitos que tenemos. Y no son felices.
¿Cómo
un científico de Oxford termina hablando de este tema?
Porque lo considero el estado más importante al que podemos
aspirar los humanos. ¿Qué puede ser más importante
que tener la vida más plena y feliz hasta el último suspiro?
¿Cómo
llegó a la felicidad?
He
visto a mucha gente infeliz al final de la vida. Empecé como médico para curar. Luego, me convertí
en anestesiólogo para calmar el dolor, pero vi que el dolor y el sufrimiento
seguían; entonces me
doctoré en tratamiento del dolor. Y, cuando trabajé con desahuciados, descubrí que hay otro dolor más allá del físico.
¿Cómo
es ese dolor?
Usualmente, es causado por una
carga tremenda de remordimientos, de cosas que dejamos sin hacer, de darle poca
importancia a lo que es esencial en nuestras vidas y darnos cuenta muy tarde.
¿Y
estudió científicamente el tema?
Sí. Descubrí
gran cantidad de estudios con respecto a lo que nos puede ayudar a lograr
niveles óptimos de felicidad. En mis años de formación, nadie me habló de lo que era una
buena vida y una buena muerte, o de mi papel para lograrlo. Ahí, decidí que no
iba a ser el médico tradicional y que quería aliviar esos dolores.
¿Cómo
podemos hacerlo nosotros?
Entendiendo que es posible, y
una vez tengamos nuestras necesidades básicas satisfechas. Y reconociendo que
hay mucho que podemos hacer para aumentar nuestros niveles de felicidad y que,
en la mayoría de los casos, no cuesta dinero. Todo parece indicar
que el 50 por ciento de nuestros niveles de felicidad son determinados
genéticamente; el 10, por lo que la plata puede comprar y el 40 restante, por
lo que hacemos y pensamos; en esto último están nuestras oportunidades.
Entonces, ¿el dinero no compra
la felicidad?
Hasta cierto punto.
Luego de satisfacer nuestras necesidades básicas, parece existir un tope. En
Estados Unidos es de unos 70.000 dólares al año. De ahí para allá,
no solo no te hace feliz, sino que te perturba.
¿Esto es científico?
En su mayoría. Casi todo se puede medir. Hay métodos y
muchísimos estudios serios. Se puede, incluso, evaluar el
nivel de felicidad que tenemos individualmente y, aun, como naciones.
Bután comenzó esta tendencia. Ahora, países como Gran Bretaña y Francia están
implementándolo para guiar sus decisiones de gobierno.
¿Somos más felices ahora?
Las cifras de EE. UU. muestran que en los últimos 60 años
los niveles de felicidad no han aumentado, aunque los niveles de ingresos sí. Sorprendentemente, las mujeres
parecen estar menos felices en la mayoría de los países más avanzados del mundo,
no obstante lo logrado con la igualdad de género.
¿Cómo
podemos buscar la felicidad?
Preguntándonos qué es lo que más
nos hace felices e identificando el verbo que mejor lo representa.
En mi caso, lo que más feliz me hace es no saber. Por lo tanto, mi verbo es preguntar. Una vez hayamos definido esto, hay
que buscar la mejor manera para conjugarlo tan frecuentemente como sea posible
y ayudar a todas las personas a que conjuguen el suyo. Esta tarea, usualmente,
no se puede hacer solo: uno necesita ayuda.
Me di cuenta de que mi peor enemigo soy yo.
Que nadie como yo puede hacerme daño, y por
eso creé una junta directiva personal, que incluye a mis hijas, Alia y Tamen, y a mi esposa
Martha. Ella me enseñó la importancia de pensar en la máscara de
oxígeno.
¿Qué máscara?
Yo tenía la manía de complacer a todo el mundo. Mi esposa me decía:
"Primero tú". Nunca entendí. Una vez, en un avión, escuché las
recomendaciones de seguridad, esas que hablan de las máscaras de oxígeno. "Colóquese la máscara
primero, aun si viene con niños", y solo ahí la entendí. Preguntarse lo que lo hace a uno más feliz y proteger su verbo es
equivalente. Solo si eres feliz puedes ayudar a los demás. ¿Sabes qué es lo que más feliz te hace? ¿Cuál es tu verbo? ¿Tienes
puesta tu máscara de oxígeno?
Este prestigioso científico también ha estudiado filosofía,
teología, historia y arte.
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