Se
nos ha hablado desde niños de un paraíso perdido que acaso jamás existió fuera
de los relatos y los mitos.
Hubiera sido mucho mejor si nos hubieran hablado de buscar o crear un paraíso usando
bien de nuestra libertad.
Lo más seguro es que Dios, que es amor, nunca expulsó a nadie de un
paraíso, pero sí nos invita a hacerlo real.
El relato bíblico es un modo, incluso ingenuo, de enseñar
algo: Que con orgullo no
vives nunca un edén.
Los escritores del Génesis intentaron descubrir cómo fue la creación y,
claro, lo narraron con las
creencias de su tiempo.
Lo más lógico en ese entonces era imaginar a un Dios alfarero como lo que veían
en los operarios.
El
paraíso perfecto no se da en este plano, pero sí hay un reino de felicidad que, claro, no
implica ausencia de problemas.
Digamos mejor, ausencia de arduos aprendizajes que se superan con
amor, fe, dedicación y resiliencia. Con amor hay un cielo en el suelo.
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