En el siglo segundo el
filósofo Epicteto ya invitaba a sus discípulos en Roma a discernir bien sus
actos.
“El sabio prefiere la satisfacción perdurable antes que la gratificación inmediata”, decía este hombre eminente.
Y agregaba: “Cuando un placer te parece
seductor mira si te ofrece un deleite momentáneo o una satisfacción
perdurable”.
Cuando un niño, un joven
o un adulto ven esto claro se evitan serios golpes y muchas lágrimas.
Para un pequeño es rico no
cepillarse los dientes, pero después es terrible sentarse ante el odontólogo.
El placer efímero de tomar licor no se compensa con los
estragos de un cuerpo enfermo.
Pero hay un abismo entre
entender esto y elegir amarse y, por lo mismo, decir NO y tener autocontrol.
Nada más valioso que fijar límites a los hijos y
ayudarles a ver las ganancias que estos les aportan.
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