Existía
un próspero reino en el norte de la India. Su monarca había alcanzado ya una
edad avanzada. Un día hizo llamar a un yogui que vivía dedicado a la meditación
profunda en el bosque y dijo:
Hombre piadoso, tu rey quiere que tomes esta caña de bambú y que recorras
todo el reino con ella. Te diré lo que debes hacer. Viajarás sin
descanso de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de aldea en aldea. Cuando encuentres a una persona
que consideres la más tonta, deberás entregarle esta caña.
Aunque no reconozca otro rey que mi verdadero yo
interior, señor, habré de
hacer lo que me dices por complacerte. Me pondré en camino enseguida. El
yogui cogió la caña que le había dado el monarca y partió raudo. Viajó sin descanso,
llegando sus pies a todos los caminos de la India. Recorrió muchos lugares y conoció muchas personas,
pero no halló ningún ser humano al que considerase el más tonto.
Transcurrieron algunos meses y volvió hasta el palacio
del rey. Tuvo noticias de que
el monarca había enfermado de gravedad y corrió hasta sus aposentos. Los
médicos le explicaron al yogui que el rey estaba en la antesala de la muerte y se esperaba un
fatal desenlace en minutos. El
yogui se aproximó al lecho del moribundo.
Con voz quebrada pero audible, el monarca se lamentaba:
¡Qué
desafortunado soy, qué desafortunado! Toda mi vida acumulando enormes
riquezas y, ¿qué haré
ahora para llevarlas conmigo? ¡No quiero dejarlas, no quiero dejarlas!
El yogui entregó la caña de bambú al rey.
*El
Maestro dice: Puedes ser un monarca, pero de nada sirve si tu actitud es la de
un mendigo. Sólo aquello que acumulas dentro de ti mismo te pertenece. No hay
otro tesoro que el amor.
“El ser humano mas
rico no es el que mas posee sino aquel que menos necesita”.
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