Había
una vez una Musa llamada Calliope. Ella tenía un hijo llamado Orfeo.
Orfeo,
además de ser un gran poeta, tocaba muy bien la lira, deleitando a todos los
que lo escuchaban. Tanto hombres como animales quedaban
extasiados con su música. Hasta
los árboles y las rocas se movían y cambiaban de lugar solo para escuchar sus
dulces melodías.
Orfeo estaba casado con Eurídice, su bella esposa, de la
cual estaba sumamente
enamorado.
Un día mientras recorrían el bosque tomados de
la mano, Eurídice, sin
querer, pisó una serpiente venenosa que estaba dormida. La serpiente,
furiosa por haber sido despertada tan abruptamente, le mordió el tobillo y Eurídice murió envenenada
a los pocos minutos.
Orfeo, desesperado por recuperar a su esposa, decidió descender al Tártaro
para buscarla y traerla de vuelta a la vida.
Orfeo tomó la lira, y mientras tocaba, encantaba a todos los que se
cruzaban en su camino. Hasta el can Cerbero, el perro de tres cabezas custodio del
Tártaro, lo seguía como un cachorrito manso.
Orfeo continuó su largo recorrido encantando con su melodía a uno
tras otro hasta llegar hasta el mismo trono de Hades, el rey de los muertos,
que fascinado por los suaves acordes de la lira, le preguntó:-¿Qué vienes a
buscar aquí, Orfeo?
-Quiero
a mi esposa Eurídice de vuelta conmigo. Respondió Orfeo.
-¡Ah! Escúchame bien. Dijo Hades-Permitiré que
Eurídice regrese contigo con una sola condición: -Deberás caminar sin mirar atrás hasta que llegues a plena
luz del sol. Eurídice te seguirá mientras tocas la lira y no sufrirás
daño alguno.
Orfeo, feliz comenzó a entonar la más dulce de
las melodías mientras Eurídice lo seguía a la distancia. Pero Orfeo estaba tan ansioso
por volver a verla, que pronto olvidó la condición impuesta por Hades y
cuando faltaba solo un minuto para salir a la luz, volteó la cabeza para mirarla y perdió a Eurídice
para siempre.
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