Las decisiones cotidianas son unas grandes ladronas de tiempo. Por eso,
hoy queremos hablar de cómo gestionarlas para que no tengan este efecto en tu
vida.
¡Vamos con ello!
Simplificando solemos ganar. Dicho de
otro modo, todos corremos el peligro de invertir nuestra energía de una manera
un tanto torpe, de dejarnos demasiado en decisiones cotidianas que en realidad
son triviales. Pensemos que nuestros recursos no dejan de ser limitados.
Existen algunas reglas y pautas para que todo esto se simplifique. Lo ideal es limpiar el camino de pequeños problemas, para que se
puedan emplear los esfuerzos en aquello que lo amerite. ¿Cómo abordar esas
decisiones cotidianas de manera fluida y eficaz? Los siguientes consejos pueden
ayudar.
Hay algunas reglas que son
válidas para la mayoría de las situaciones. Desde la compra de abastos hasta la
organización de los tiempos. Son sencillas y se basan en el sentido común.
Con frecuencia, pasando de
manera recurrente por la misma encrucijada nos paramos en ella una y otra vez.
Por ejemplo, ¿qué voy a ponerme hoy? ¿Qué cena voy a preparar esta noche? Hay
muchas situaciones que podrían ajustarse a este marco.
Lo más adecuado es precisar
cuáles son estas decisiones recurrentes. Después, tomarnos un tiempo para
sistematizar la solución. Decidir
al principio de semana qué nos pondremos cada día o qué comeremos puede ahorrarnos
mucha energía después.
2. Planificación y previsión
Esto tiene que ver, sobre
todo, con el aprovisionamiento en primera instancia. Es importante tener claro
qué se usa frecuentemente y resulta muy importante o indispensable para la
cotidianidad. Además de los alimentos, también medicamentos, útiles, etc. La
idea es tener siempre una reserva de estos para no tener que gastar tiempo
comprándolos de urgencia.
Lo mismo vale para esas
acciones que se realizan semana a semana o mes a mes, como pagar las cuentas o
controlar el presupuesto. Lo indicado es reservar un momento al día, a la
semana o al mes para hacer esto, en lugar de realizarlo de forma aleatoria y
desorganizada.
Alimentarnos es una necesidad básica, y por lo tanto común. Todos los días tenemos que resolver cómo vamos a
alimentarnos. Si no se
come fuera, esto implica asumir la preparación diaria de los alimentos.
Es algo que suele quitar tiempo y energía.
La regla de oro en este
caso dice lo siguiente: ninguna
comida debe tomar más tiempo para prepararse del que se invertirá comiéndola.
En promedio esto supone unos 15 minutos. ¿Cómo lograrlo? La regla dice que, si
se fija ese límite, poco a poco se logra ajustar los tiempos.
Para aplicar las medidas
descritas con éxito y conseguir el resultado que buscamos, existen también
algunas propuestas útiles. Serían las siguientes:
Las reglas mejoran las
decisiones, pero no las hacen perfectas. Si bien estas reglas ayudan a
simplificar las decisiones cotidianas, no es menos cierto que en ocasiones
puntuales puede hacernos gastar más energía. Por ejemplo, cuando programamos
nuestra indumentaria para la semana y el martes nuestro superior nos llena la
agenda de actos formales que no esperábamos.
Las reglas funcionan mejor cuando somos un poco flexibles a la hora de
aplicarlas. Por otro lado, si funcionan, perfecto. Si no, hay que revisarlas. Cada uno, en sus circunstancias, tiene la
responsabilidad final de valorar qué le aportan.
No deben requerir de fuerza
de voluntad. Si en verdad son funcionales, no tendrían por qué exigir fuerza de
voluntad para cumplirlas. Si la requieren, se deben revisar.
El objetivo de estas claves para simplificar las decisiones cotidianas
es hacer más fácil la vida, por la vía de organizar mejor las ideas. Más allá de ello, ayudan a crear conciencia sobre esos asuntos triviales,
por donde terminamos
perdiendo uno de los recursos más valiosos con los que contamos: el tiempo.
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