Si
prestamos más atención a lo que de verdad nos interese, comprobaremos que
incluso siendo mayores todavía conservamos la capacidad de formar memorias
Alrededor
de los 50 años, cuando la memoria empieza a debilitarse, la gente entra en
preocupación, cuando no en crisis. Me olvido mucho de las cosas, nunca
sé dónde dejé las llaves, no me sale el nombre de ningún actor conocido, y, lo
peor, ayer me olvidé de cómo se llama un compañero del trabajo y lo pasé mal
disimulando mi comprometido saludo al cruzarme con él. ¿Será normal, o es un principio de Alzheimer, nos
preguntamos con inquietud?
Pues
no, no tiene por qué ser Alzheimer. La sabia naturaleza nos protege al no incitar apenas
preocupación por las pérdidas que creemos superables y mucha por las que
podrían no serlo. Así, pocos son los que al llegar a los 50 se preocupan por no
poder hacer ejercicio físico con la misma vitalidad que a los 30, pues eso se vive como
absolutamente normal y superable.
Una
normalidad que ya no parece tal cuando se trata de capacidades mentales.
¡Con la memoria que yo tenía y como la estoy perdiendo!
Admitámoslo,
todo el cuerpo envejece y pierde capacidades, el cerebro también, y son
varias las causas que conocemos por las que perdemos memoria con la edad. Aparte de que puede perder
eficacia el sistema cardiovascular y con él la aportación por la sangre del
combustible glucosa, oxígeno y nutrientes al sistema nervioso, el
hipocampo, estructura cerebral receptora de información y una de las más
importantes para la formación de la memoria, pierde prolongaciones y conexiones
con otras partes del cerebro y se encoge con los años. Asimismo, las neuronas
de la corteza prefrontal, estructura cerebral implicada en la atención y el
razonamiento, pierden
también terminales y conexiones con otras neuronas cuando nos hacemos mayores.
A
ello hemos de añadir la disminución de horas de sueño y, sobre todo, de la
calidad del mismo, un proceso cerebral necesario para transferir memorias desde
el almacén provisional del hipocampo a la corteza cerebral, donde se mantienen
duraderas y consistentes. También hay que destacar la disminución con la
edad de hormonas como la testosterona y los estrógenos, igualmente implicadas
en el proceso de la memoria. Son
demasiadas razones, todas naturales, como para que la memoria se mantenga en
pie y no olvidemos. Razones que explican también por qué los mayores
pueden recordar mejor lo que pasó hace años, cuando su cerebro funcionaba bien
y formaba memorias consistentes, que lo que pasó recientemente, esta mañana o
ayer por la tarde, cuando
los mecanismos cerebrales de la memoria ya están debilitados.
El olvido, muchas veces, no es una pérdida de la memoria,
sino solo una incapacidad
para acceder a ella
Hasta aquí las malas noticias. Ahora las buenas, y son al menos dos. La primera es que el olvido, muchas veces, no es una pérdida de la memoria, sino solo una incapacidad para acceder a ella. Todos tenemos la experiencia de que algo que no recordamos en un momento y una determinada situación podemos recordarlo después, cuando cambiamos de lugar o de estado mental. Es el típico ir del comedor a la cocina y al llegar a ella preguntarse confundido ¿qué he venido a hacer aquí? Entonces, la única forma de saberlo es volver otra vez al comedor, donde, al ver unas velas en la mesa preparadas para una cena con amigos, recordamos que necesitamos cerillas para encenderlas, y están en la cocina. Del mismo modo, el aparentemente olvidado nombre de un actor, una película o una vieja amiga, reaparece más tarde cuando menos lo esperamos. El recuerdo es muy dependiente de señales externas, es decir, del lugar donde estamos, o de estados de la mente que no siempre están presentes cuando queremos recordar. Por eso, a veces es mejor tener paciencia y esperar un mejor momento que tratar de estrujarnos la mente para conseguir recordar algo cuando no lo conseguimos.
La segunda buena noticia es que, incluso cuando nos hacemos mayores,
nunca olvidamos tanto como parece, pues muchos olvidos en realidad no lo son.
Teóricamente,
podemos olvidar cualquier cosa, hasta todo lo que sabemos, pero hay algo que
nunca podemos olvidar: lo que nunca supimos. Así es, pues muchos
esfuerzos mentales se producen tratando de evocar en vano una memoria que nunca
se formó, es decir, que nunca existió. Y eso ocurre con más frecuencia en los
mayores que en los jóvenes, debido
especialmente a esa debilitación de la corteza prefrontal del cerebro que nos
dificulta prestar atención a lo que nos interesa. Una determinada
atención siempre es necesaria para formar memorias.
Cuando
somos jóvenes los mecanismos de la atención funcionan muy bien, de modo casi
automático, por eso no necesitamos esforzarnos en prestar atención para
que se nos queden los nombres de las personas que nos presentan o de los
personajes de la película que estamos viendo. Pero cuando somos mayores, la capacidad de prestar
atención está reducida y si no nos esforzamos en atender concienzudamente a lo
que nos interese no vamos a formar en el cerebro las memorias que más tarde
queramos evocar.
Incluso cuando nos hacemos mayores, nunca olvidamos tanto
como parece, pues muchos olvidos en realidad no lo son
Por
eso, el consejo es aquí también muy claro. Cuando le presenten a alguien por
primera vez, cuando lea una novela, cuando siga una película o una serie
televisiva, esfuércese en prestar atención cuanto antes a los detalles o a los
nombres de los personajes si quiere después recordarlos. Si prestamos más atención a lo
que de verdad nos interese, comprobaremos que incluso siendo mayores todavía
conservamos la capacidad de formar memorias. Olvidemos la típica
expresión “recuérdame por favor tu nombre, ya sé que me lo dijiste, pero es que
tengo muy mala memoria”, cosa que puede no ser cierta, ya que lo que
verdaderamente ocurrió fue
que, por falta de interés o por la debilidad propia de la edad, apenas
prestamos atención cuando nos presentaron a esa persona. Parafraseando
el eslogan de James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña a las
elecciones presidenciales de 1992 en los EE UU, podríamos decir aquí también: ¡Es la atención, estúpido! No la
memoria. No lo olvide.
Hasta aquí las malas noticias. Ahora las buenas, y son al menos dos. La primera es que el olvido, muchas veces, no es una pérdida de la memoria, sino solo una incapacidad para acceder a ella. Todos tenemos la experiencia de que algo que no recordamos en un momento y una determinada situación podemos recordarlo después, cuando cambiamos de lugar o de estado mental. Es el típico ir del comedor a la cocina y al llegar a ella preguntarse confundido ¿qué he venido a hacer aquí? Entonces, la única forma de saberlo es volver otra vez al comedor, donde, al ver unas velas en la mesa preparadas para una cena con amigos, recordamos que necesitamos cerillas para encenderlas, y están en la cocina. Del mismo modo, el aparentemente olvidado nombre de un actor, una película o una vieja amiga, reaparece más tarde cuando menos lo esperamos. El recuerdo es muy dependiente de señales externas, es decir, del lugar donde estamos, o de estados de la mente que no siempre están presentes cuando queremos recordar. Por eso, a veces es mejor tener paciencia y esperar un mejor momento que tratar de estrujarnos la mente para conseguir recordar algo cuando no lo conseguimos.
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