Cada vez hay más evidencia de que una vida espiritual
rica tiene un impacto positivo en la salud.
Ocurrió en febrero del año pasado en la
prestigiosa Universidad de Oxford. En un encuentro que se prolongó por algo más
de una hora, el biólogo Richard Dawkins y el primado anglicano Rowam Williams
debatieron sobre la naturaleza y el origen de los seres humanos en términos
pacíficos y cordiales.
Muy distante de lo que ocurrió 150 años
atrás, cuando en ese mismo escenario Thomas Huxley y el arzobispo Wilberforce
se enzarzaron en una fuerte discusión y el clérigo, airado, acabó preguntándole
a Huxley si era descendiente del mono por parte de padre o de madre.
La anécdota la cuenta Javier Sánchez
Cañizares y la reproduce la Universidad de Navarra, (España) en la página web
del Grupo de Investigación Ciencia, Razón y Fe de esa institución educativa. Y
tiene razón de ser porque intenta ilustrar cómo, de unos años a esta parte, la
ciencia y la fe (entendida esta como religión o simplemente como
espiritualidad, es decir, sin dogmas religiosos), cada vez se dan más la mano y
entrecruzan sus caminos.
Una de las conclusiones de este grupo
interdisciplinar es que esta confluencia se debe a que “la propia ciencia
se ve insuficiente para dar respuestas convincentes a los grandes interrogantes
del hombre contemporáneo, que son, en gran medida, de naturaleza ética y
existencial”.
Así las cosas, lo que antes era
impensable ya no lo es tanto. Hasta científicos de renombre como el colombiano
Raúl Cuero, asesor de la Nasa, han entrado en el debate. “La espiritualidad
y la ciencia se integran muy bien. Si uno se aísla del materialismo físico y
social crea cosas. Es mi caso. Me considero un científico espiritual y
creativo”.
En un plano más terrenal (el día a día de cualquiera) y con base en evidencia científica, muchos expertos coinciden en afirmar que quienes logran integrar la razón y la espiritualidad viven mejor y asumen los embates de la vida con otra actitud que suele dar resultados.
De hecho, investigadores de la
Universidad de Oxford sometieron a varios pacientes a choques eléctricos
después de mirar imágenes religiosas. Para conocer el impacto cerebral
utilizaron escáneres. Uno de los resultados que más les llamó la atención fue
que a pesar de que tanto creyentes como agnósticos
presentaban niveles similares de dolor, aquellos que observaban imágenes de la
virgen o que les evocaran vínculos religiosos activaban en su cerebro la zona
de la analgesia, que suprime las reacciones a las amenazas.
“Hay
gente que con su religión logra el apoyo de una comunidad en momentos
difíciles. La fe brinda la posibilidad de creer en algo superior, y la
esperanza que brinda eso permite que las personas logren superarse y llegar a
un estado de bienestar”.
La espiritualidad, tiene un efecto
similar al llamado placebo. “Si yo me tomo una aspirina y creo que me va a
quitar el dolor, eso puede hacer que antes de tragármela ya se me haya
quitado”.
“Hay una integración entre la razón y la fe,
que le da tranquilidad a las personas. No necesito estar dogmatizado para creer
en algo o no. Siempre hay un acto de fe, así sea en actividades diarias:
creemos en las personas o en un mejor futuro; eso hace que tengamos una
estabilidad emocional”.
“Mi hipótesis es que el pensamiento científico es un acto
de fe en sí mismo: cuando los científicos hacen ciencia y la divulgan, les
creemos. No vemos ni el átomo ni la molécula, pero sabemos que existen, y eso
es un acto de fe”.
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