Comer
otra porción de torta es muy tentador, aunque sepamos que sería más saludable
no hacerlo. ¿Pero qué impulsa este antojo por el dulce?
Muchos científicos sugieren que deseamos el azúcar
instintivamente porque juega un rol vital en nuestra supervivencia. El sentido
del gusto ha evolucionado para codiciar las moléculas esenciales para la vida
como la sal, la grasa y el azúcar.
Cuando
comemos, la glucosa, un azúcar simple, es absorbida desde los intestinos hacia el
flujo sanguíneo y distribuida a todas las células del cuerpo.
La glucosa es particularmente importante para el cerebro ya que es el único combustible
para las 100 mil millones de células nerviosas llamadas neuronas, que necesitan
un abastecimiento constante del flujo sanguíneo porque no tienen la capacidad
de almacenar glucosa ellas mismas.
Como saben los diabéticos, alguien con bajo nivel de
azúcar en la sangre puede caer rápidamente en coma.
Curiosamente, los científicos descubrieron que incluso el
mero sabor del azúcar puede estimular al cerebro.
Algunos experimentos han demostrado que los participantes
que se enjuagaban la boca con agua azucarada realizaban mejor tareas mentales
que cuando hacían gárgaras con agua endulzada con edulcorante artificial.
Nuestra difícil relación con el azúcar comienza muy
pronto: nacemos golosos.
Un estudio reciente de la Universidad de Washington,
Estados Unidos, encontró que los
recién nacidos tienen una marcada preferencia por los sabores dulces en
contraste con otros sabores, y que los niños disfrutan de la comida
azucarada mucho más que los adultos.
Muchos científicos creen que la preferencia de los más
pequeños por las cosas dulces es un vestigio evolutivo: en tiempos pasados, los jóvenes que preferían
alimentos ricos en calorías tenían probablemente más posibilidades de
sobrevivir cuando escaseaban los alimentos.
El problema hoy en día es que el azúcar refinada está
fácilmente al alcance de todos, y esto puede ser una de las razones por las que
la obesidad infantil ha aumentado.
Los profesionales de la salud recomiendan a los padres que eviten dar a los
bebés cosas dulces para comer o beber para intentar que no desarrollen
esta preferencia a muy temprana edad.
¿Por qué algunas personas se dan atracones de azúcar?
Comer
demasiada azúcar puede llevar a tener hábitos de alimentación poco saludables.
Sin embargo, el azúcar puede levantar el estado de ánimo porque hace que el cuerpo segregue serotonina,
la "hormona de la felicidad", en el flujo sanguíneo.
El impulso anímico instantáneo que produce el azúcar es
una de las razones por las que nos volcamos a las cosas dulces cuando queremos
celebrar o cuando ansiamos un premio o un consuelo.
Pero este agradable subidón desencadena un aumento de
insulina, que sirve como reguladora en los esfuerzos del cuerpo por mantener la
glucosa en la sangre a un nivel normal.
Esto puede tener el efector colateral de provocar una
hipoglucemia reactiva que hace que muchos deseen aún más azúcar, lo que puede
conducir a un ciclo de atracones.
A esto se añade que nuestro cuerpo no es capaz de decir si hemos consumido la
cantidad suficiente de ciertos tipos de azúcares. Los investigadores
hallaron que los alimentos y bebidas endulzados con fructosa, otro azúcar
simple, no provocan la misma sensación de saciedad que otras comidas con las
calorías similares.
Un estudio de la Universidad de Yale encontró que
mientras la glucosa
reprime la parte del cerebro que nos da ganas de comer, la fructosa no lo hace.
Por eso aumenta el riesgo
de comer de más.
Muchas comidas procesadas se endulzan excesivamente con
sacarosa, que contiene 50% de fructosa. De hecho, es sorprendente la cantidad
de azúcar escondida en alimentos comunes.
Así que la próxima vez que tu mano se extienda hacia el
paquete de galletas, al menos ya sabrás por qué.
Nuestro
cuerpo no puede distinguir entre el azúcar natural de la fruta, la miel o la
leche o el azúcar procesada a partir de caña de azúcar o de remolacha.
Todas las azúcares son descompuestas en glucosa y fructosa
por el organismo y se procesan en el hígado. Se convierten en glucógeno o grasa
para almacenar, o se mantienen como glucosa en la sangre para ser utilizada en
las células del cuerpo. Por lo tanto, es la cantidad que se consume la que hace
la diferencia.
De acuerdo con el National Health Service (NHS), el
servicio público de salud británico, las azúcares añadidas no deberían aportar más de 10% de la energía que
obtenemos de alimentos y bebidas cada día, sin importar si proviene de
jugo de frutas, miel, mermelada, gaseosas azucaradas o comida procesada.
Esto se traduce en unos 70g por día para hombres y 50g
para mujeres, aunque depende mucho de la talla, edad y estado físico. 50g
equivalen a 13 cucharaditas de azúcar al día, o dos latas de gaseosas u ocho
galletas de chocolate.
Al hacer la compra, merece la pena recordar que un
producto es alto en azúcar si contiene más de 15g en 100g y es bajo en azúcar
si tiene menos de 5g en 100g.
Seis
tipo de azúcar
Para los consumidores puede resultar confuso calcular el
contenido de azúcar de los productos, ya que aparece en las etiquetas con
muchos nombres, la mayoría acabados en "osa":
*
Glucosa: azúcar simple que puede ser transportada en la sangre.
*
Fructosa: azúcar simple presente en la fruta de forma natural. Es la
otra mitad de la sacarosa.
*
Sacarosa: comúnmente conocida como azúcar de mesa, se encuentra de forma
natural en la remolacha o en la caña de azúcar.
*
Lactosa: azúcar de la leche, representa poco menos de 5% de la leche de
vaca.
*
Maltosa: azúcar de malta está formada por dos moléculas de glucosa.
*
Jarabe de maíz rico en fructosa: almíbar de maíz en el que la mitad de
la glucosa ha sido convertida en fructosa. Químicamente similar a la sacarosa.
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