Da
Señor tu paz a mis enemigos al igual que a mis amigos, para que esa paz tuya
reine en todo mi mundo
Los
cristianos recordamos el deseo del Cristo resucitado a sus discípulos al
visitarlos: "que la paz sea con ustedes". Así, el mismo deseo lo
llevamos a los nuestros: que la paz sea contigo (o con ustedes). La
Navidad es fundamentalmente una celebración de paz, y es entonces cuando más
nos acordamos de desear esa paz de Dios para los seres queridos; hay que hacerlo
todo el año.
La paz de Dios es la paz interior; con nosotros mismos,
antes que nada, para poder estar en paz con los demás. Vivir internamente la
paz del Señor es un gran don divino.
Sí,
la paz del Señor para nuestra familia, para nuestros amigos, compañeros,
vecinos, pero ¿qué hay de nuestros enemigos? Siendo lo que son, ¿podemos pedir
a Dios su paz para ellos, sobre todo si esos enemigos están contra nosotros
principalmente porque son enemigos de nuestro Dios?
Debemos repensar esto, o más bien pensarlo, porque este
deseo de paz al enemigo no parece ser asunto común. Veamos, si nuestros
enemigos tuvieran la paz divina, pues no serían eso, estaríamos del mismo lado,
del de Dios. Los enemigos
en paz con nuestro Señor dejarían de serlo. Así, pidamos al Señor su paz para
ellos.
Pero, ¿por qué tenemos enemigos? Hay varias
posibilidades. Una es que
nuestras acciones se ganaron su enemistad: algo malo les hicimos. En
este caso, antes de pedir para ellos la paz de Dios, debemos establecer la paz entre nosotros: buscar la reconciliación, pedir
perdón y empezar una (nueva) relación amistosa. Entonces, ya en nuestra
paz, podemos pedir a Dios que ponga su parte de paz.
Otro
caso es cuando ellos han actuado mal contra nosotros, y no estamos
tampoco en paz. Debemos entonces presentar nuestra oferta de perdón y paz por una parte, y por la otra pedir la
intercesión divina, para que la paz que deseamos se establezca entre
nosotros. Van juntas, la de Dios y la humana.
Hay
también enemistades gratuitas: nada malo hemos hecho, pero para algunos
somos "persona non grata", a veces "porque sí" y otras por
malentendidos, o porque somos amigos (o al menos parecemos serlo) de alguien
que es objeto de su odio. También
podemos intentar nuestra conciliación o aclaración de hechos. Entonces conviene pedir a Dios
su ayuda para que esa enemistad "gratuita" desaparezca, y que
esa persona o personas esté(n) en paz consigo misma(s), con Dios y con
nosotros.
Hay una especie particular de enemigo nuestro: es el enemigo que lo es porque
está contra Cristo y al ser nosotros cristianos, en automático también seremos
considerados como contrarios. La gente de Cristo es su enemiga.
Este es el caso más importante, es cuando más debemos pedir a Dios: "Señor,
dale tu paz, que esté en paz contigo y con todos nosotros, que al estar en paz
contigo lo estará con sí mismo y con los demás".
En
síntesis, si estamos con cristo, y Él da su paz a nuestros enemigos, dejarán de
serlo, y podremos ver la transformación de esa enemistad en amistad. En
cualquier caso, pidamos a Dios su paz para ellos, y Él hará su parte según su
divina voluntad.
Si
esos enemigos la aceptan o no en su corazón, es ya su decisión personal.
Nosotros podemos pedir a Jesús que "mueva sus corazones", y lo demás,
conforme a la libertad de conciencia y voluntad que el Señor ha dado al ser
humano, será su decisión. Pero siempre, para Jesucristo, nuestra petición de
paz al enemigo tendrá el mismo valor, y nuestra propia paz interior y con nuestro entorno
humano se verá engrandecida.
Que
la Paz del señor sea siempre con TODOS nosotros, pidámoslo juntos. Él
mismo dijo que si dos o más reunidos en su nombre le pedimos algo al Padre, nos
será concedido: la oferta de Paz del Señor será recibida y, como ya se dijo, su aceptación será entonces decisión
personal. Pero como Él mueve los corazones, habrá siempre algunos buenos
resultados, ya sea que nosotros los veamos o no, pero Dios sí será su testigo.
Da Señor tu paz a mis enemigos
al igual que a mis amigos, para que esa paz tuya reine en todo mi mundo.
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