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CARTA PARA MI MADRE


Estos son los pensamientos que, a nuestro parecer, reunen el sentimiento del día de las madres


Te esperé

Escuchando los pasos de Evan, oigo el sincero tintineo del tiempo pasando, en esta ocasión, lentamente. Me preparo para decirme a mi misma alguna de las tantas cosas que en mis listas mentales todavía me faltan por hacer en lo que va del día, sin embargo, los recuerdos al mirar ahora de frente a mi pequeño, se abalanzan para encuadrar a aquella niña que fue sin duda alguna, tu motor, tu fortaleza y tu afán por salir adelante.

Me veo con aquellos caireles que con el toque maestro de tus dedos, lograbas hacer en mi cabeza con mi cabello, recuerdo el suéter amarillo con cuadros negros de mi hermano, más valiente que yo -según tus semblanzas- sobre todo cuando el dentista solía felicitarlo por su paciencia y su carencia de lágrimas, donde evidentemente, yo hacía mi gran papel, porque el miedo y los sollozos de parte mía, esbozaban una desagradable mueca en el mismo galeno, acto que daba paso a más berrinches y al enojo tuyo.

Aún así, regreso a los años infantiles donde a pesar de las carencias materiales, tú veías la forma de darnos de comer puntualmente, de tener nuestra ropa impecable y de ayudarnos con las tareas escolares; y entre tu ir y venir, tus regaños solían resonar entre esas cuatro paredes del cuarto que la abuela nos había prestado para vivir, ese en el que al ver el techo, tan inerte como el mismo color paliducho por los agravios que dan los años, te deprimía -sensatamente-, me deprimía, y así con mis enfados por tus reprimendas y por mi imaginación frustrada por ese techo, esperé.

Las escaleras que jamás te detuvieron de aquella viviendo triste, seca y sigilosa, nos mantuvieron distanciadas, tú allá abajo lavando la ropa porque solo Dios sabe a qué mente se le ocurrió dejar instalados unos lavaderos en esa parte en lugar de colocarlos cerca de los lazos para colgar la ropa, instalados en la parte superior de esa casona... y yo en el barandal varada, encarcelada y echándole un vistazo a mi pequeño hermano quien por lo regular dormía, y así, yo esperando.

Sí te confieso que me mantuve discreta, pero por un mínimo intervalo, porque los golpes sacan hasta del más débil alguna palabra de cansancio, alguna que pudiera tocar la fibra de ese grotesco ser al momento de pegarme y que jamás cumplió su promesa de ser buen padre, me otorgaron la pauta para rezongar. Sin embargo, consideraba en medio de mis razonamientos precoces, que algo malo había hecho yo para merecer tal castigo, y verme tan diminuta, y ver que no podía defenderte como hubiera deseado; y esperé.

Muchas veces me preguntaba por qué demonios no salíamos de ese infierno y por qué tú no tenías el valor para hacerlo. No encontré respuesta, solo seguí la misma ruta hacia la escuela, hacia las tortillas, hacia el mercado y de vez en cuando trataba de esquivar a los hombres, porque en medio de mi ignorancia, sabía que finalmente el único que no se disfrazaba de cordero era mi hermano. Y esperé.

Sí recuerdo cuántas veces te vi llorar y preparabas la comida. Cuántas veces nos abrazabas en medio de la oscuridad con una luz tenue de una vela que hacía su personificación máxima tratando de estirar la pequeña flamita para lograr mantenernos juntos, tú sollozando en silencio, abrazándonos en esa misma cama, y mi hermano y yo compitiendo por cuánto te queríamos haciendo tan tangibles las distancias de la tierra a la luna, de la tierra al sol y todavía de regreso. Y esperé.

Conocí por primera vez el odio del ser humano hacia otros seres humanos, conocí esa sensación tan desagradable de tener la boca seca por miedo. Recuerdo lo nefasto que es esconderse debajo de la mesa para zafarme de los golpes y de verte a ti con tu carita hinchada por los abusivos puños de aquel, que cuando se marchaba sin pena, sin vergüenza, imploraba al cielo que jamás regresara. Y esperé.

Me miré nuevamente sacudida por un instante gracias al toque hermoso y suave de mi hijo con su mano sobre mi rostro, me miré igual que él, pero sin esa sonrisa, con la palidez que da la amargura de carecer de seguridad, de tranquilidad, de paz... pero también te miré mamá, con ese coraje tuyo donde se confabula el valor de Dios, la inteligencia siempre viva de tu ser pero cautelosa, la valentía que dan los años y la sabiduría de una madre cansada de tanto daño y te levantaste.

¡Fue en un instante! ni tiempo diste para sacudirte, simplemente aprovechaste esa oportunidad y la tomaste. Trabajo, eso fue lo que te motivo, el trabajo y el amor desmedido hacia tus hijos. Y esperé.

Pasaron los años y planeaste con cautela la rigurosa salida, aún soportando vejaciones, aún tolerando estupideces de ese infame. Dejaste que me llenara de necias respuestas cuando pude haber tenido una vida más simple, menos riesgosa, pero yo, sorda y lastimada, corrí, busqué y encontré, no exactamente lo bueno de la vida, porque a veces solo encontraba la puerta a una gran pérdida de tiempo. Y esperé.

Anhelaba al salir de la escuela, del Colegio de Ciencias y Humanidades al que iba, que mis pasos me llevaran hacia otra parte. Largas caminatas con mis amigos me ayudaban a mantenerme a salvo, pero tontamente faculté a tu angustia por saber de mi a que te lacerara minuto a minuto. Fui insensata, deshonesta y rebelde, y aún así, esperé.

Me dijiste con tonos elevados que seguramente me emborrachaba, me drogaba en algún sitio oscuro de aquella escuela y en lugar de insistirte mi inocencia, me di la vuelta y en otra lugar sollozando, esperé.

Amorosamente nos vestiste, nos calzaste y de grandes momentos puedo también hablar, como los días esperados para ir de compras y llenar la alacena de cuantos requisitos exige el estómago para estar saludables, bueno, lo más que tú podías. Recuerdo con mucho agrado la primera vez que nos llevaste a conocer el mar, en Acapulco, donde pasamos un fin de semana agotador, sencillo, lleno de sorpresas y no necesitamos recordar las facetas dolorosas.

Recuerdo con terneza el uniforme de la escolta, los instantes intranquilos por visualizar el modo para conseguir tal vestimenta y la velocidad con la que actuaste, la tenacidad con la que emergiste en pocos días para que yo me presentara a tan importante evento cívico y que prosiguiera por todo ese año escolar. Me sentí orgullosa de portarlo, orgullosa de saberme importante y extremadamente orgullosa de ti mamá.

Recuerdo tus primeros viajes a Estados Unidos para visitar a tus hermanos, y tus regresos con las maletas llenas de cosas para nosotros, tus hijos. Recuerdo esas palabras como picahielos en su momento pero con justa razón, "¡Ahorra Ivonne, ahorra tu dinero hija!", pero yo esperé.

Llegué a la conclusión de mi carrera, vivimos ya en otra parte que aún no sentía como hogar. Con la ayuda de tu hermana y cómplice, construiste una casa hermosa pero fría para mí. Aún el orgullo de una inexperta "mujer" mantenía ciega la razón y la coherencia, y sólo tal vez, yo era quien llevaba el invierno a esa casa con mis pensamientos aún un poco ilógicamente negativos.

Evoco las escenas donde miré con recelo tu relación firme con mi hermano, la confianza entre ambos, la camaradería que mantenían y yo fuera de ese círculo, por las razones que tú gustes en aquel entonces, pero ahora, consciente, te digo que tal vez era la niña que sin caireles, solo quería sentirse importante para ti y esperé.

Te confieso que si estudie fue primero por la emoción de saber que sería una salida a todo ese negro ambiente que me rodeaba (a criterio prematuro propio) y que tal vez con los años, podría regresar con creces el daño que aquel personaje nos había hecho. Te confieso mami, que por momentos pasó por mi mente lo más tétrico que un hijo puede desearle a un ser humano llamado padre para que la justicia se hiciera. Sin embargo, en la realidad, tu firme y prudente paso debilitaba esas conmociones y me inquietaba inclusive saber que yo era una muchacha "mala", y  esperé.

Corrieron los años como agua y me vi más mujer, testaruda, llena de energía, con algunos miedos aún resguardados en lo más hondo de mi ser, con sueños pero carente de fortaleza para llevarlos a cabo, conformista, negligente en muchas ocasiones, floja por no querer alcanzar la sabiduría que ya me correspondía y granar. Comencé una vida a mi modo, libre por fin a los 18 años, libre por fin a los 24 años (terminé a esa edad la licenciatura) y libre por fin de ti, porque yo ya tenía un empleo. Y esperé.

Todavía me llenaste de regalos cada cumpleaños, todavía me compartías el pan y el techo, pero por esas extrañas razones de juventud, me sentí llena de vida, profesional, demasiado yo, demasiado para siquiera escuchar... pero no fuiste tú en realidad madre mía la causa de tanto revuelo en mi paso por los 20´s a los 30´s, fue simplemente mis torpes decisiones y el no disciplinar y con constancia resguardar las buenas decisiones. Y ¿qué crees?... esperé.

Qué te puedo decir de mi hija, de ese precioso ángel que se llama Valentina y que por ella sufrimos mucho los tres, ¿qué quieres que te diga mami hermosa?, simplemente ahí, las palabras no podían suturar esa enorme herida por su abrupta partida, por mis senos llenos de leche y tus brazos acuñados con amor para al final, ya no lograr arrullarla. Y Dios y el tiempo tuvieron la sensata paciencia de ampararme, pero tú mami, tú... no esperaste nunca, siempre activa, siempre atenta, siempre amorosa, me ayudaste una vez más.

Y sí te he de confesar mamá, esperé muchas veces a que te acercaras a mi cuando era yo quien no aprovechaba los momentos oportunos, como cuando me decías "negra te quiero mucho", ahí hubiera continuado, ahí hubiera manifestado mi sentir con calma. Esperé verte acariciándome cuando tú lo hacías todas las noches aún cansada por tanto trabajo y me enteré por otras personas de tal acción. Esperé palabras tiernas de ti cuando no había necesidad, simplemente con los alimentos que nos dabas y los momentos preciosos para ir por la despensa podían sustituir cualquier palabra mansa.

Esperé a que la vida hiciera añicos a mi padre cuando sencillamente debía poner más atención a tu corazón tan lastimado, y que a pesar de ello, con paso firme y sin claudicar, llenabas nuestros corazones con actos valientes, con hechos para vivir mejor, para ser personas de bien.

Esperé a que cambiaras tu carácter por tanto regaño en lugar de comprenderte que los desvelos a causa de tanto quehacer y demasiada labor, de los horarios extras y de pasar del metro al "pesero", y del "pesero" a calles oscuras para llegar a casa, eran motivo suficiente como para abrigarte sin chistar, sin siquiera pensar en una frase hiriente.

Esperé inútilmente a que mi carrera me permitiera despuntar en el mundo laboral, por el simple hecho de haber sido afortunada al estudiar en la máxima casa de estudios, pero qué triste chubasco me dieron los días sin salario,  los episodios abrumadores de aguardar una respuesta cada vez que dejaba un curriculum, las veces que tus monedas me ayudaron para transportarme y que me avergonzaban de no ser, para esa edad, autosuficiente. Recuerdo las ocasiones que me insististe en que el trabajar tempranamente era mejor que simplemente imaginar el trabajo mejor pagado y seguir estúpidamente buscándolo, tirando el tiempo maravilloso del aprovechamiento.

Esperé a que cometieras algún error mamá, en esas ocasiones en las que no estábamos de acuerdo y que te dejaba sola, injustificadamente sola...

Esperé inclusive que pidieras perdón cuando era evidente alguna falla de tu parte, pero debía no darle importancia a ello porque finalmente las cosas tan humanas y sencillas, llenas de cariño que emanaban de ti, disculpaban cualquier falta.

Esperé a que Dios me cobijara con la justicia de tener oportunidades para alcanzar el éxito, esperé todavía con algo de engreída soberbia a que los ángeles me ayudaran en el paso de lo profesional, de lo espiritual... pero por fortuna, no se dio así. El paso de las experiencias se tornan en algo que llamamos c o n o c i m i e n t o, y en ese marco, aprendí mami, mucho de ti, mucho de mi y de mi entorno, sobre todo que Dios no cumple caprichos, sencillamente te ayuda a que con tu esfuerzo y con tu inteligencia alcances lo que anhelas .

Llegó Evan a nuestras vidas, llegó tu segundo nieto. Vino acompañado de nuevos bríos, de nuevas energías como las que desata en casa por todos lados abrazando al osito blanco que me regalaron justo antes de su llegada. Con esa luz tan hermosa como la tuya, con esos ojos míos, con la sonrisa de mi hermano, con la inteligencia de mi esposo, (sí mami, ese esposo mío bonachón, un poco obstinado, demasiado perfeccionista, demasiado amoroso) y con la Gracias de Dios, esa Gracia exclusiva, única, misteriosa, erudita y perfecta...

He sido bendecida mamá. Sigo siendo bendecida mami, porque te tengo a mi lado aún, sana, completa, impecable. Ya no espero más mami, porque el tiempo es engañoso y se lleva lo no utilizado, lo no aprovechado. Ya no espero a que me lleguen las cosas, mejor exploto cada día lo que tengo con mucho amor, y busco, mami preciosa, busco que ese día siempre esté lleno de sorpresas, de cariño, de paz, de ternura, como sapientemente tú lo hacías, como sólo un ángel majestuoso como tú, siempre lo ha sabido ejecutar.


Te amo mami.

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