San Agustín, 354-430, fue un gran
filósofo y amante; un enamorado de Dios, de la vida y de sus seres queridos.
Uno
nunca se cansa de leer su libro Las Confesiones y, si no lo has aprovechado, ojalá lo consigas.
Han pasado muchos siglos desde que
nació al norte del
África, pero su mensaje se
conserva fresco y rico en sabiduría.
Una vez
dijo: “hablando menos
oramos mejor”. Algo difícil para ciertos predicadores parlanchines y sus
fieles.
Pasó de la sombra a la luz y compuso hermosas plegarias. Te comparto esto de
una dirigida a Jesús como centro de la vida:
“Señor Jesús, que me conozca a mí y te
conozca a ti.
Que
nunca desee otra cosa, sino
a ti.
Que todo lo haga siempre por ti, acepte todo como venido de ti,
escoja
seguirte solo a ti
y ponga toda mi confianza en ti.
Mírame para que solo te ame a ti
y
llámame para que solo te siga a ti.
Mi deseo es estar siempre junto a ti”.
Espiritualidad es enamorarse de Dios.
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