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MICHAEL SANDEL PROPONE CAMBIAR LA POLÍTICA


El más famoso de los profesores de Harvard, Michael Sandel, quien ha hecho de su popular cátedra un ejercicio socrático en el que logra conectar temas abstractos de la filosofía, con la ética a la cabeza, con la vida, con hechos de la cotidianidad, estuvo en Colombia para presentar su libro Lo que el dinero no puede comprar.

Para Sandel, la principal razón de esa insatisfacción, común a casi todas las democracias contemporáneas, es que el discurso político perdió su significado moral. “Hemos perdido la habilidad para discutir y se debía estar debatiendo sobre la justicia, el bien común y las obligaciones recíprocas de los ciudadanos entre sí, que son las tres cuestiones éticas fundamentales que debían tomarse el debate político”.

Lo grave es que los políticos no tengan el liderazgo moral y la credibilidad para llevar estos temas al debate, que tendrían que tener como fundamento el ejemplo de vida.

Debates cruciales alrededor del medio ambiente, la explotación extractiva minera, la ausencia de regulaciones del sistema financiero, las condiciones laborales de campesinos y trabajadores, no debían ser abordados tecnocráticamente ni desde las variables económicas, sino darles una dimensión ética, porque precisamente éstos plantean interrogantes fundamentales que tienen que ver con la justicia, la igualdad y la desigualdad, el bien común.

Los ciudadanos deberían ser los primeros invitados a participar de estos debates, como debía suceder en una democracia, y no simplemente acudir a ellos en procura de su voto.

La pobreza del debate público y argumental en estas elecciones es llamativo. Campañas de bostezo con candidatos sosos, estragados de mermelada en el caso de los congresistas que buscan reelegirse, ahogados por los rodos de dinero con los que creen podrán, a punta de publicidad e inundación de vallas, convencer al elector.

Hacen falta Políticos con liderazgo intelectual, ético y moral.



Hoy en las democracias, de manera generalizada, se presenta una gran frustración e insatisfacción de los ciudadanos con la política, con los partidos y los políticos. La razón de esa insatisfacción es que el discurso político  perdió su  significado moral.

Hemos perdido la habilidad para discutir y debatir grandes cuestiones éticas,  y ello en razón a que  en las últimas tres décadas ha dominado el pensamiento económico  y se impuso la lógica de mercado, con el consiguiente olvido de la importancia que  para la política tienen  los debates éticos.

La economía  desplazó de ese puesto a la política democrática, al tiempo que el pensamiento económico sustituyó  al debate ético  como centro de atención  de la política.

Las cuestiones éticas importantes que debemos debatir en el ámbito  de la política son la Justicia, el Bien Común y las obligaciones recíprocas de los ciudadanos entre sí. Esas son las tres cuestiones éticas fundamentales y por ello  deben ser las cuestiones centrales del debate político que han de  adelantar  las sociedades democráticas.

Hay muy pocas cosas que hoy el dinero no pueda comprar; entre esas cosas buenas se encuentran el amor, la amistad, la vida familiar. Pero aún en esas áreas de la vida, de las relaciones personales y  la vida familiar, el dinero y la mentalidad de mercado  cada vez  están más presentes. Un ejemplo claro al respecto es  el alquiler de vientres, resultado del espíritu mercantil, del pensamiento de mercado que se hace presente  en algo que es propio  de la vida de familia, de la vida íntima de las personas.

Un asunto de amplias connotaciones éticas que se debate  en general en América Latina, ligado no a la vida privada sino a la de la sociedad, es el relacionado con la industria minera internacional, con la preservación del medio ambiente y el afán de la gran minería de obtener rápidamente inmensas  utilidades, sin mayor consideración a los intereses del país dueño del recurso. Igualmente se discute la mercantilización, la comercialización de la política (“el clientelismo”) que  destruye el escenario político y ha puesto a los partidos en una condición  de ilegitimidad.

Son unos  muy buenos ejemplos de dos grandes e importantes áreas de la vida pública que requieren un debate ético, pues  no son solo cuestiones económicas, son también éticas, relacionadas con la Justicia y el Bien Común. Por ello, necesitan ser debatidas como cuestiones éticas. Cuando se discuten y analizan asuntos  relacionados con el medio ambiente o con las condiciones de los trabajadores, por ejemplo, se hace como si fueran  solamente técnicos o económicos y se olvida que  su  discusión es importante precisamente  porque  plantea interrogantes  fundamentales  sobre  la justicia, la igualdad y la desigualdad, sobre  el bien común.

El asunto más importante de los ciudadanos en una democracia es tener voz, una voz reconocida para debatir los asuntos propios de los valores y la ética. Frecuentemente la política no nos permite debatir  los valores o las cuestiones éticas  que subyacen en las políticas públicas que se discuten.

Cuando se habla de política, se la aborda en  dos niveles; el de las políticas públicas y la ley  elaboradas por el Estado y, en segundo lugar, el de la voz de los ciudadanos que depende de  las oportunidades que tengan  para participar en un debate pertinente  sobre los asuntos relativos a los   valores, la justicia y el bien común.  Hoy  en las democracias, la política se ha circunscrito a lo referente al Estado, dejando de lado lo que tiene que ver con la gente. A eso me refería cuando hablé del vacío que  existe  en el discurso público.

Cada vez es menor la conexión existente entre la participación de los ciudadanos y la formulación por el Estado de las políticas. Por ello, las discusiones en las campañas y en las elecciones se han limitado a asuntos  meramente tecnocráticos y de manejo,  y no a las cuestiones  éticas. Esta situación que ya es hoy un problema, puede llegar a transformarse en  una crisis mundial de las sociedades democráticas, desatada por la  aceptación  acrítica de la dominación del pensamiento de mercado, que se presenta a si mismo como  neutro respecto a valores y cuestiones éticas, como un medio técnico, científico adecuado para decidir  sobre las cuestiones de política  pública – el medio ambiente, las regulaciones laborales…-.

Pero la realidad es otra porque el pensamiento económico,  la racionalidad de mercado descansa  en ciertos valores y supuestos éticos que no solemos confrontar, cuestionar.

Entre más cosas pueda comprar el dinero  en una sociedad, más incide en ella  la desigualdad económica. Si  el dinero y los mercados determinaran únicamente  quien tiene acceso  a bienes de lujo – carros, vacaciones… -, la desigualdad no importaría mucho, pero en la mayoría de las actuales sociedades, el dinero determina el acceso a aspectos esenciales de una vida decente, de una buena vida – el acceso a una atención médica decente, a educación, a la posibilidad de tener una voz crítica  e influencia en la sociedad… -, no solo a los bienes de lujo. Cuando  el dinero gobierna esas cosas fundamentales, debemos preocuparnos  por la desigualdad.

Hoy la Economía se ha separado a sí misma de la Filosofía y ha tratado de establecerse como un campo de conocimiento neutro en términos de valores, desligado de la Filosofía Política y Moral. Con mi  trabajo académico busco dos objetivos. Primero, estimular e inspirar un mejor tipo de discurso público. En segundo lugar,  tratar de cambiar la enseñanza y comprensión de la Economía,  para reconectarla  con la Filosofía.

Mire el siguiente Video sobre el tema de la Justicia:

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