A
pesar de la frecuencia, mortalidad y alto impacto del cáncer en la actualidad,
en Colombia no tenemos datos unificados y confiables sobre su realidad y, menos
aún, sobre las causas de su distribución desigual.
La diversidad de fuentes y sus inconsistencias desnudan
los intereses enfrentados y muchos de los problemas del sistema de salud que
tenemos.
El
cáncer, un concepto médico que incluye un amplio y diverso grupo de
enfermedades, caracterizado por una proliferación anormal e incontrolada de
algunas células, se
ha convertido en una de las principales epidemias del presente siglo. A
nivel mundial es una de
las primeras causas de muerte y produce anualmente más de nueve millones
de muertes.
Colombia no es la excepción. Al promulgar hace tres años
el Ministerio de Salud la política pública para el control del cáncer, ocupaba
el tercer lugar y producía casi el 20% de las muertes. El más frecuente en el país es el cáncer de
estómago. Entre los hombres, el de próstata ocupa el segundo lugar en mortalidad, multiplicó
por cuatro su frecuencia en los últimos 25 años y sigue presentando tasas más
bajas entre los más ricos. En
las mujeres son muy frecuentes el de cuello uterino, que afecta principalmente
a las jóvenes y pobres, y el de mama, que multiplicó su frecuencia por tres en el mismo
período. Entre los niños
el más letal es la leucemia linfoide aguda, de la que se registran unos
2.000 casos nuevos cada año.
Al
estudiar el tema en el país, uno se sorprende no sólo de su magnitud y graves
consecuencias, sino también de las diferencias de información entre las
diversas fuentes. Dichas diferencias se refieren tanto al número de
casos, como a la oportunidad del diagnóstico y el tratamiento, la evolución, el
manejo, la letalidad y los costos de los distintos tipos. Son múltiples las razones que
explican tales diferencias. Quiero destacar hoy una de ellas: las
fuentes de información utilizadas.
El Ministerio ya no se basa, como debería hacerlo, en la
epidemiología, los estudios poblacionales y los registros hospitalarios. Desde
2008 se basa acríticamente en los reportes interesados de la Cuenta de Alto Costo, CAC, otro de
los muchos engendros de la mercantilización de la salud, creada para proteger a
las EPS y entregarles la producción de la información y el manejo de los
recursos para la atención y prevención de dichas enfermedades. Es, como ya lo he señalado, la
privatización de la información, uno de los peores saldos rojos del
modelo vigente. O como poner al gato a cuidar el mejor queso.
Y, claro, la fuente determina en buena parte la imagen de
la realidad. La CAC no
incluye en sus informes los casos que mueren. En parte por eso el
Registro Poblacional de Cáncer de Cali, RPCC, perteneciente a la Universidad
del Valle, que ha seguido durante más de 40 años la evolución del cáncer en la
ciudad y ha merecido reconocimiento nacional e internacional, reporta 18 veces más casos de
leucemia linfoide aguda que el Ministerio. Y mientras este último afirma
que la sobrevida a cinco años de los niños con ese tipo de cáncer es similar a
la lograda en Europa y los Estados Unidos, la Liga contra el Cáncer reconoce
que, debido a las múltiples barreras de acceso, aquí sólo el 70% de tales niños llega a sobrevivir cinco
años. La Defensoría del Pueblo calcula que es sólo el 60%. Recientemente
la revista Semana contrastó los datos del MinSalud con los del Instituto
Nacional de Cancerología y los del RPCC, evidenciando el marcado subregistro
del MinSalud frente a las otras dos fuentes y advirtiendo sobre afirmaciones
“no ciertas” del Ministerio.
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