En
1831 murió en el Japón un sabio y poeta zen llamado Ryokan, quien también fue
un eminente calígrafo.
Aún hoy son muy apreciados los poemas y dichos
de este hombre bondadoso,
alegre y compasivo.
Vivió
solo en las montañas, pero también iba a las aldeas, jugaba con los niños y
siempre irradiaba amor.
“Cuando Ryokan viene a visitarme es como si la primavera hubiese
llegado”, dijo uno de sus amigos.
Y esa misma persona agregó algo que ojalá
digan de ti: “Es puro por
naturaleza y carece de duplicidad y de mañas”.
Cuentan que nunca se enojaba ni permitía que se criticara o juzgara
a los demás en su presencia.
En cierta ocasión un rico samurái le ofreció
un templo y él le escribió en una hoja: “El viento me regala suficientes hojas para hacer un fuego”.
El samurái entendió y se fue con una hermosa lección del desapego
que da paz y una libertad maravillosa.
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