Uno de los relatos bíblicos que más me
seduce aparece en el primer libro de Samuel, capítulo 16.
Allí se narra como Samuel va a ungir al nuevo rey de Israel, elegido entre los hijos de Jesé, en Belén.
El papá
se los presenta y, cuando Samuel ve a Eliab, el mayor, se dice: “sin duda este será el elegido”.
Entonces
Dios le dice a Samuel en su interior: “no mires su apariencia ni su gran estatura. La mirada de Dios no es la
mirada del hombre; el hombre mira las apariencias y Dios mira el corazón”.
El
hecho es que delante de Samuel pasan siete hijos y él siente que ninguno es el elegido.
Pregunta
si falta alguno y le dicen
que falta el más pequeño que está cuidando las ovejas.
Lo llaman
y Dios dice a Samuel que lo unja como nuevo rey. Ojalá mires
siempre el corazón y no las apariencias. Lo superficial engaña.
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