Un día, un niño de 3
años estaba en la oficina del padre, viéndolo hacer monturas y sillas. Cuando
creciese, quería ser igual a su padre.
Intentando imitarlo,
tomó un instrumento puntiagudo y comenzó a golpear en una
tira de cuero.
El instrumento escapó de la pequeña mano, golpeando en su
ojo izquierdo.
Pronto una infección alcanzó el ojo derecho y el niño quedó
totalmente ciego.
Con el pasar del tiempo,
aunque se esforzase para recordar, las imágenes fueron gradualmente
desapareciendo y él no se acordaba más de los colores.
Aprendió a ayudar a su
padre en el taller, trayendo herramientas y piezas de cuero. En Ia escuela
todos se admiraban de su memoria. La verdad, él no estaba feliz con sus
estudios. Quería leer libros. Escribir cartas,
como sus compañeros.
Un día, oyó hablar de
una escuela para ciegos. A los diez años, Louis llegó a París, llevado por su
padre y se matriculó en el instituto nacional para niños ciegos.
Allí había libros con
letras grandes en relieve. Los estudiantes sentían, por el tacto, las formas de
las letras y aprendían las palabras y frases.
Luego el joven Louis descubrió que era un método limitado.
Las letras eran muy grandes. Una historia corta llenaba muchas páginas.
El proceso de lectura
era muy lento. La impresión de tales volúmenes era muy cara. En poco tiempo el
niño había leído todo lo que había en la biblioteca.
Quería más. Como adoraba
la música, tornose estudiante de piano y violoncelo.
El amor por la música
alimentó su deseo por la lectura. Quería leer también notas musicales.
Pasaba
noches levantado, pensando en cómo resolver el problema.
Oyó hablar de un capitán
del ejército que había desarrollado un método para leer mensajes en la
oscuridad.
La escritura nocturna
consistía en conjuntos de puntos y trazos en relieve en papel.
Los soldados podían,
corriendo los dedos sobre los códigos leer sin precisar de luz.
Si los soldados podían,
los ciegos también podían, pensó El joven.
Buscó al capitán Barbier
que le mostró cómo funcionaba el método. Hizo una serie de agujeros en una hoja
de papel, con un punzón semejante al que cegara al pequeño.
Noche
tras noche y día tras día, Louis trabajó en el sistema de Barbier, haciendo
adaptaciones y perfeccionándolo. Soportó mucha resistencia.
Los dueños del instituto
habían gastado una fortuna en la impresión de los libros con las letras en
relieve. No querían que todo quedase en la nada.
Con persistencia, Louis
Braille fue mostrando su método. Los chicos del instituto se interesaban. Por
las noches, a escondidas, iban a su cuarto, para aprender.
Finalmente, a los 20
años de edad, Louis llegó a un alfabeto legible con combinaciones variadas de
uno a seis puntos.
El método Braille estaba
listo. El sistema permitía también leer y escribir música.
La idea acabó por
encontrar aceptación. Semanas antes de morir, en el lecho del hospital, Louis
dijo a un amigo:
"Tengo
certeza de que mi misión en la Tierra terminó."
Dos días después de
cumplir 43 años, Louis Braille falleció.
En años siguientes a su
muerte, el método se propagó por varios países.
Finalmente, fue aceptado
como el método oficial de lectura y escritura para aquellos que no vean.
Así, los libros pudieron
hacer parte de la vida de los ciegos. Todo gracias a un niño sumergido en la
oscuridad, que dedicó su vida a hacer luz para enriquecer su vida y la vida de
todos los que se encuentran privados de la visión física.
Hay quien usa sus limitaciones como disculpa para no actuar
ni producir.
La
sabiduría está, justamente, en superar las peores condiciones y realizar lo
mejor para si y para los otros.
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