A este barco no lo hunde ni mi Dios,
dijo a una pasajera nerviosa el marinero Macintosh, cuando iba a abordar el
Titanic en el
puerto de Southampton. Pocos días después, un fatídico día de abril de 1912, un iceberg acababa con la
primera travesía del insumergible trasatlántico, y con la vida de 1.500
pasajeros.
Nada tan inseguro como la falsa
seguridad que nace de la autosuficiencia. El
orgullo es un pésimo consejero. ¿Cuántas relaciones se han ido a pique
por la soberbia de un cónyuge o de ambos? ¿Cuántas derrotas causadas por la
soberbia? Es cierto, de otra parte, que tan dañino como el orgullo, es ese
apocamiento que llaman humildad los pusilánimes.
Lo sensato es reconocer los propios
méritos con una clara conciencia de las limitaciones; ver la luz y la sombra. No actuar con una seguridad ilusa que bloquee la
prevención, ni con una duda que paralice el entusiasmo. Lo sensato es buscar lo mejor
con arrojo y optimismo, aceptando que no siempre se alcanza.
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