Mi querido amigo Luis:
hace
seis meses cumplidos
que
aquí en Estados Unidos
suspiro
por un anís;
porque en este gran país
por espantosa ironía
cualquier cosa se hallaría
que la fantasía invente,
pero
un trago de aguardiente
nunca
se conseguiría.
Qué
dolor, qué desencanto,
me
tienen el alma presa
unos
Andes de tristeza
y un
Magdalena de llanto.
Fuera menor mi quebranto
y mi mal menos doliente
si tuviera el aliciente
que
es propio de los varones:
un
farallón de limones
y un
Atrato de aguardiente.
No
hallo en la existencia halago
ni
fuerzas para luchar,
cuando
no puedo gozar
la
satisfacción de un trago;
para hablar me siento gago,
para ver me falta un ojo
para andar me siento cojo
y hasta pienso en mi aflicción
que si
no estoy copetón
no
debo llamarme "rojo".
Yo
nunca abrigo en mi mente
místicas
aspiraciones
o
infelices ilusiones
de las que abriga el creyente;
Más te digo francamente
sacar anís de una roca
que
en esta ocasión quisiera
ser
Moisés que pudiera
cuando
mi vara la toca
y
beber el que quisiera.
Anís,
precioso tesoro
que
no se produce en mina,
pero que en cualquier cantina
lo dan nada más por oro,
tan claro, tan incoloro,
y
tan fiel a su pureza,
que
no hay humana destreza
que
falsificarlo pueda,
pues pierde color y queda
al descubierto la empresa.
¿Qué
es un país sin anís?
¿Qué
soy yo sin aguardiente?
Soy una nación sin gente,
soy un árbol sin raíz,
soy
un Nevado del Ruíz
lóbrego, desierto y frío,
una embarcación sin río,
sin mar y sin quieto lago.
Un
antioqueño sin trago
es
un cántaro vacío.
Es pues, de necesidad,
no teniendo más a quién,
como tú sabes muy bien,
pedirte
la caridad
de
que a mayor brevedad
atiendas
este pedido
y me
envíes de corrido
una
media de aguardiente
por lo que eternamente
te quedaré agradecido.
Si
logras satisfacer
este
afán que está conmigo,
probarás que eres amigo
como lo dijiste ayer
te portas como un señor
y que tienes por honor
refrescar nuestra amistad
en
la blanca claridad
de
una copa de licor.
Parece poco decente
escribirte tantas décimas
que
yo bien sé que son pésimas
no
más pidiendo aguardiente.
Mas sé que serás clemente
y excusarás mi torpeza,
ya que por naturaleza
y,
obra el destino aciago,
eres
inclinado al trago
y lo
bebes sin pereza.
Pongo aquí punto final
y silencio mi laúd
deseándote
salud
y
éxito comercial.
Te doy mi abrazo cordial,
te agradezco este favor,
te
deseo lo mejor
y en
nombre del aguardiente
me
suscribo atentamente
tu
seguro servidor.
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