La
clave en la relación entre padres e hijos es el diálogo. Hablar de un problema
es tenerlo ya medio solucionado. Pretender educar sin propiciar el diálogo es
como intentar construir una casa sin una segura cimentación.
“Mi hijo no me escucha”, “no se puede hablar con ella”,
“siempre acabamos a gritos”, “parece que hablemos idiomas diferentes”… suelen ser las quejas
justificadas de muchos padres.
¿Qué
es lo que hacemos mal?
Ésta
suele ser la pregunta que se hacen muchos padres. Se sienten fracasados
porque no logran entablar un diálogo fluido con sus hijos y son conscientes de
que, si se pierde la comunicación, la educación se hace muy cuesta arriba.
Algunos, sumidos en el pesimismo, tiran la toalla cuando
sus hijos llegan a la adolescencia. Quizá porque no nos damos cuenta de que ya no son niños y que
debemos cambiar de registro.
Con los hijos adolescentes se puede hablar, claro que sí,
pero cuesta. Ellos ponen
las barreras propias de su edad. Lo que nosotros tenemos que hacer es
superarlas. Para ello, debemos evitar los errores comunes:
Ignorar
la actitud del hijo por miedo al enfrentamiento
El sentido común nos irá dictando en cada caso cuándo una
determinada conducta merece ser atajada con prontitud o vale más la pena
pasarla por alto. A veces ocurre que hacemos la vista gorda en cuestiones
importantes y nos obcecamos en detalles insignificantes. Nos ponemos nerviosos
(demasiado, quizá) por el volumen de su equipo de música y, en cambio,
permitimos que llegue a horas intempestivas. Justamente este miedo al
enfrentamiento es el que suele provocar los enfrentamientos.
Hablarle
cuando estamos nerviosos
Por lo general, es lo que hacemos. Hemos de reconocer que
en ese caso ni el momento ni el ambiente que hemos elegido para dialogar es el
idóneo. Lo normal es que no se produzca el diálogo, sino a lo sumo un sermón
totalmente ineficaz.
No
respetar su intimidad
Los adolescentes son muy celosos de su intimidad, sobre
todo con sus padres. Aunque veamos incongruencias en su comportamiento respecto
a este tema, debemos andar con pies de plomo para no invadir su espacio. Entrar
en su habitación para charlar es una buena forma de empezar, pero debemos tener
en cuenta que estamos en su terreno.
Decir
siempre lo mismo
Quizá no seamos consientes de ello, pero la percepción de
los adolescentes es que, “siempre estás con lo mismo”. Lo que hacen es
desconectarse. Eso no significa que no tengamos que decir nada, sino que
debemos buscar otras formas de decirlo o hacerlo.
Sermonear
Si hablamos cuando hemos perdido los estribos, ya no
dialogamos, sino que sermoneamos. Decimos todo lo que no queríamos o no
deberíamos decir, siempre cosas negativas, exageradas, sacadas de contexto o
injustamente simplificadoras. Tras el sermón de los padres los hijos se quedan
con la idea de “sólo me habla para reclamarme de todo”.
No
escuchar
Los adolescentes sienten que sus padres no los entienden.
Suelen decirlo en casi todas las entrevistas. “¡Cómo va a entenderme, si no me
escucha!”. Saber escuchar es el primer paso para poder comprender, porque no
sólo se trata de oír al otro, sino de prestarle atención, de tenerlo en cuenta,
de valorar sus opiniones… y sobre todo, de ponerse en su lugar.
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