Según un reciente libro, comer bien no solo reduce el riesgo de alzhéimer sino que
también previene la depresión y mucho otros males.
La
mayoría está al tanto de la epidemia de enfermedades neurológicas actual: la migraña,
el insomnio, la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia y el mal de Alzheimer
son apenas algunos males en la larga lista de dolencias mentales que aquejan
hoy al mundo occidental. Lo que pocos saben es que la mayoría se podría
prevenir con la comida.
El neurólogo David Perlmutter lanzó recientemente el
libro Brain Maker, en el que recopila evidencia científica que apoya la tesis de que el tracto
digestivo está íntimamente ligado a los procesos mentales al punto que algunos
lo llaman el segundo cerebro. “Lo que sucede en los intestinos hoy
determina el riesgo para numerosas enfermedades neurológicas”, dice en el
texto.
Aunque para muchos esto es difícil de digerir pues se cree que el cerebro y la
panza no están conectados, hoy se sabe que tanto el sistema nervioso central,
que incluye al cerebro y la columna vertebral, como el sistema nervioso
entérico viven en permanente comunicación a través del nervio vago.
Todos lo han vivido en carne propia cuando están enamorados y sienten mariposas
en el estómago o cuando se hace un nudo en el abdomen en un momento de tensión.
La relación, sin embargo, va más allá. En el tracto digestivo viven
millones de bacterias que tienen una relación simbiótica con los seres humanos:
a cambio de posada y comida ellas ayudan a metabolizar ciertos alimentos y
producir hormonas y proteínas. Sin la población correcta de bacterias el
cerebro no podría desarrollar neurotransmisores como la serotonina o la
dopamina que son cruciales para el control de las emociones. “Entre 80 a 90 por ciento del
llamado químico de la felicidad se hace en las células nerviosas del intestino”,
señala Perlmutter.
El
microbioma afecta el estado de ánimo, la libido, el metabolismo, el sistema
autoinmune e incluso la percepción del mundo y la claridad de los pensamientos.
Por eso, tener la correcta flora bacteriana es esencial para proteger de las
enfermedades del cerebro. “Cada vez hay más evidencia de que los bichos malos en el estómago son
responsables de desórdenes mentales, desde la depresión hasta el
autismo”, dice Perlmutter, quien también es autor del best seller Grain Brain. Lo interesante es que con
simples cambios en la nutrición, en una semana se puede acabar con los
microbios indeseados, repoblar el tracto digestivo con los buenos y
lograr un sano equilibrio. La dieta para alimentar esas bacterias del intestino
y, por consiguiente, robustecer el cerebro incluye muchos vegetales y proteínas, alimentos
fermentados, comidas sin gluten y grasas saludables.
El
azúcar y los carbohidratos, por el contrario, están proscritos en este regimen
porque inflaman el intestino y hacen que proliferen las bacterias dañinas.
Al hacerlo estos bichos malos producen enzimas que alteran el recubrimiento de
las paredes intestinales, lo que podría eventualmente hacer migrar partículas
de los alimentos al torrente sanguíneo. Perlmutter señala que el gluten presente en el trigo
incluso puede debilitar la barrera que existe entre la sangre y el cerebro,
lo que vuelve a este órgano mucho más vulnerable a las enfermedades.
Además, ciertas bacterias indeseables podrían generar procesos inflamatorios
asociados a los males de Parkinson y de Alzheimer y al lupus. Perlmutter
recomienda tomar agua
filtrada y evitar exposición a químicos. También sugiere que las futuras madres tengan sus hijos
por parto natural ya que el tránsito por el canal vaginal ayuda a los
niños a tener una flora bacteriana más robusta. Los antibióticos, dice, solo son para los casos
necesarios. El resto, asegura el experto, es cuestión de hacer una dieta
que beneficie a las bacterias del intestino: alta en grasas buenas, fibra y probióticos y baja en
carbohidratos y azúcares. La buena noticia es que se permiten una o dos copas de vino rojo al
día.
Estos
son algunos alimentos que benefician al cerebro.
Grasas
saludables: aceite de oliva, de coco o de sésamo, leche de almendra,
aceitunas, nueces y queso (excepto el azul) y semillas como las de calabaza y
girasol.
Vegetales:
lechugas, espinaca, brócoli, repollitos de Bruselas, espárragos, ajo y cebolla.
Frutas
bajas en azúcar: aguacate, lima, limón, pepino, tomate, habichuelas,
pimentón, calabacín.
Proteínas:
huevos, salmón, trucha, sardinas, camarones, pollo y cerdo.
Condimentos:
no hay límites en cuanto a especias y hierbas.
Prebióticos
(alimento para las bacterias): espárragos, puerros, ajo, cebolla y alcachofa.
Probióticos
(alimentos con bacterias): yogur, carne fermentada, mostaza, rábano y productos
fermentados.
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