Ella,
entre lágrimas y con su mirada intentando pedir perdón por haberme traído a
este mundo de mierda, me despachaba a las 5 de la mañana para la universidad,
con un café, 5 mil pesos Colombianos para el transporte, 2.500 de ida y 2.500
de venida, dinero que había conseguido prestado porque aún la vida nos tenía
arrodillados en la miseria absoluta y ella sabía que estaría en la universidad
todo el día sin dinero para comer.
Vivíamos en un pueblo a 1 hora y media de Medellín, yo
salía en el primer carro hacia Medellín y en mi mente solo estaba el rostro de
mi luchadora madre, que, a su edad, seguía luchando por enseñarnos el mejor camino que debíamos tomar: La
Educación.
Ir a la Universidad significaba que yo iba a estar desde las 5 de la mañana fuera
de mi casa, hasta
las 10 de la noche que lograba llegar al pueblo donde vivíamos.
Significa que debía estar todo el día en la universidad sin saber qué era desayunar,
almorzar o cenar. La primera clase empezaba a las 6 de la mañana; Yo
siempre llegaba tarde, llegaba a las 6 y 30 de la mañana. Tenía la primera clase hasta las
8 de la mañana y descansaba hasta las 10 de la mañana.
En el transcurso de esas 2 horas de descanso, el primer día aproveché para conocer toda la universidad EAFIT. Todos sus bellos espacios, la biblioteca, las aulas, los baños y la piscina, las canchas y lo que más me gustaba, los restaurantes y cafeterías.
Los
restaurantes y cafeterías de la universidad eran mi lugar favorito. Era
la primera vez que veía chefs con sus sombreros blancos cocinando en vivo y en
directo para despachar las órdenes de los estudiantes que se sentaban en los
elegantes espacios que brinda la universidad para alimentarse tranquilamente y
ahí estaba yo, sin un solo
centavo en mis bolsillos, soñando lo que más me gustaba soñar: Que algún
día podría comer por lo menos una vez al día…
Mi
restaurante favorito fue el que está cerca de la piscina. Sin dudarlo, me senté
y empecé a mirar disimuladamente las mesas de los demás estudiantes.
Pude ver platos deliciosos y comidas tan agradables que me imaginaba que yo
sería capaz de comerme todo lo que estaba servido en todas las mesas, si me lo
permitieran.
Ese
día empecé a soñar y ese día empecé a desayunar de una manera que, al
recordarlo hoy, se me rompe el alma y se desvanece mi corazón.
Mi
única manera de disfrutar los alimentos de ese restaurant era así:
Cuando veía que venía un estudiante con una bandeja humeante, con comida caliente que expedía vapores y dejaba un rastro en el aire, al pasar a mi lado, yo cerraba mis ojos y respiraba profundamente para inhalar el humo que salía de esa bandeja y en un sueño irreal, alimentaba mi vida con los olores de ese restaurant.
Era
el aroma más puro y delicioso que podía olfatear, pero era lo más cerca
que yo podía estar de comer allí.
Ese
día, desayuné así, desayuné olores, desayuné sueños y desayuné las fuerzas
necesarias para poder seguir adelante.
En mi primera clase de Fundamentos de Programación dijo
el Ingeniero Lalinde:
- Muchachos, van a descargar el siguiente programa. Dejan
el computador prendido toda la noche, porque el programa es muy pesado.
- (Dije en mi mente) En mi casa nunca ha habido nevera ¡Ahora mucho menos un computador! ¿Qué voy a hacer?
¡Hora de almorzar!
Con paso apresurado salí del aula de clases y me dirigí a
la misma cafetería, la de al lado de la piscina, mi preferida y me senté a esperar que
empezaran a pasar los estudiantes con sus bandejas humeantes.
- Suspiro, suspiro, suspiro… Suelto el aire, uffffffff y
para engañar completamente a mi flacuchento y feo cuerpo, iba al baño y llenaba
mi estómago de agua.
Así
pasaban mis días, pero tenía algo muy claro: Estas aguantadas de hambre no me
iban a durar toda la vida.
Esa primera semana de clases fue muy traumática para mí, pues mis profesores estaban indicando qué libros íbamos a usar y en qué páginas debíamos repasar los temas vistos en clase. Cálculo diferencial, fenómenos químicos, álgebra lineal, lenguaje y sociedad, todos y cada unos de los libros los averigüé en la editorial, los averigüé de segunda y nunca en mi vida iba a tener para comprar los libros que necesitaba. ¡Yo iba a estudiar con un cuaderno de florecitas que mi hermanita había dejado del año anterior! Y ahí entraron muchas dudas en mi cabeza y me dije:
-
Sí, tengo una beca del 100% para estudiar ingeniería matemática, pero yo no
tengo cómo estudiar aquí.
Una vez más, la pobreza quería arrodillarme y quería
obligarme a seguir mi vida de mierda, pero yo estaba decidido a no dejarme
doblegar.
Una tarde mi profesor Ignacio Loaiza, de cálculo
diferencial, nos citó a la oficina, uno por uno, para darnos un balance de lo
que llevábamos visto en su materia y llegó mi turno.
- Bani, Cálculo de Leithold, sexta edición – Y me muestra
un libro más gordo que 2 biblias.
- Ah, sí, profe, no lo he comprado ¿Cuánto vale? – Le
pregunté como si yo fuese el más millonario de la universidad, pero sabiendo que pasaba mis
días a punta de agua para no morir jajajajjajjaja.
- Es suyo, yo se lo regalo.
- ¿Cómo así, profe? ¿Ese libro tan costoso me lo regala?
- Sí, para que estudie mucho.
- ¿En serio, profe?
- Sí, Bani. Quiero que aprenda mucho.
Mi
alegría no cabía en mi cuerpo. Me levanté de mi silla y le di el abrazo
más caluroso que le pude dar a un profesor esa semana.
- ¡Mi aguantadas de hambre no me van a durar toda la
vida!
Me mandó a llamar el Profesor Jorge Iván Cataño, de álgebra lineal y me dice:
-
Bani, vea, le tengo un regalo para que estudie mucho.
- ¡Profe, voy a llorar!
Me regaló el libro de álgebra lineal y los ojos me
brillaban al ver que la vida se confabulaba para que yo pudiera estudiar.
Me citó a su oficina el Profesor Carlos Arturo Correa
Maya quien escribió el libro “Fenómenos
Químicos”, el mismo que usábamos en su clase.
Se inclina, extiende su brazo hacia una caja, saca uno de
sus libros nuevo, saca su pluma y escribe:
“Para
un joven entusiasta y soñador”, lo firma y me lo entrega.
- Tome Bani, para que estudie mucho
- ¡Profe, no quiero llorar!
Lo
abracé y le di las gracias por tan hermoso regalo.
Esa misma semana me volvió a citar mi profesor de cálculo y me dijo:
- Bani, entre los profesores le trajimos un regalito.
- Ayy profe.
Al pie de su escritorio tenía una enorme bolsa blanca y
dentro de ella había de todo lo relacionado con útiles escolares. Cuadernos,
colores, lapiceros, reglas, borradores, marcadores y todo como un niño chiquito estrenando útiles
escolares para preescolar, así estaba yo esa tarde. En mi mente dije:
- Ah, estos ya saben que yo soy el zapatero.
Nunca
les pedí nada, nunca hablé de mi pobreza. Simplemente vieron mis ganas
de aprender y mi apariencia física mostraba la ausencia de todo lo básico en mi
vida. Una vez más decía:
-
¡Estas aguantadas de hambre no me van a durar toda la vida!
Mi profesor de lenguaje y sociedad también me regaló un
libro y mi vida iba encontrando sentido y creo que ustedes, los que me leen, están encontrándole el sentido a
mi frase cuando digo “EAFIT me cambió la vida”.
- Bani, debe presentarse a la oficina del ingeniero
Lalinde.
Salí de clase de 4 de la tarde y sin dudarlo, aceleré mi
paso hacia el bloque donde estaba su oficina. Cuando llegué, él se estaba
alistando para irse, pero me dice:
-
Bani firme estos papeles y lleve esa caja.
- ¿Profe, eso qué es?
- Su computador, Bani, su computador.
Mis
ojos se llenaron de lágrimas de alegría, de felicidad y una vez más, de
paz, la paz de saber que me estaba preparando para huir de la pobreza extrema, la paz de saber que algún día de
mi vida iba a comer por lo menos una vez al día.
Cada día era un nuevo reto. Mi madre y mis hermanos
estaban felices por todo lo que me estaba sucediendo. Ellos también estaban
buscando en la educación, la forma de salir adelante, la forma de llenarse de
conocimiento para mejorar nuestra calidad de vida y ahí estaba una vez más mi
mamá, con un cafecito negro, con
el dinero de mi transporte que la había conseguido prestado y con su carita
indescriptible por el dolor de saber que una vez más yo estaría todo el día en
la Universidad sin nada qué comer.
¡Siento que a ella le debo el universo!
Una tarde me citaron los de la OE, Organización
Estudiantil.
- Bani, mucho gusto, yo soy el presidente de la OE y
sabemos que usted no vive aquí en Medellín.
- Sí señor. Yo vivo a 1 hora y media de Medellín.
- Okey, Bani, Mire, esta es su tiquetera de desayunos de todo el mes, almuerzo de todos el mes y refrigerios de todo el mes.
- ¿Cómo así?
- Bani, sus 3 tiqueteras para que coma aquí en la universidad.
- Pero yo no tengo plata.
- No Bani, esto es para usted, para que reclame en cualquiera de las cafeterías de Eafit.
- ¿En serio? ¿En cualquier cafetería?
- Sí Bani, en cualquiera.
- ¿En la que está junto a la piscina también?
- Sí Bani, en esa también.
- ¡MUCHAS GRACIAS! ¡MUCHAS GRACIAS! ¿3comidas al día?
- Sí Bani. Que las disfrute mucho.
Mi corazón se iba a salir de mi pecho y mi mente solo
pensaba en qué era lo primero que iba a comer en mi cafetería preferida. Sin pensarlo 2 veces me levanté
de mi silla y le di un abrazo despidiéndome inmediatamente porque lo único que
quería era salir a comer, pero el presidente de la OE me detuvo:
- Espere Bani, no se puede ir aún. Aquí tiene un cheque
mensual para su transporte – Extiende su mano, me lo entrega y cuando lo veo
- ¿250 MIL PESOS? ¡ESO ES MUCHO DINERO!
- Cada mes debe venir a reclamar sus 3 tiqueteras de alimento y su cheque de transporte.
- (Mis lágrimas empezaron a caer sin pausa alguna y con mi voz entre cortada y mis ganas de seguir adelante restauradas le pregunté) ¿Es verdad todo esto?
- Sí, Bani, es verdad.
Lo
abracé en medio de mis lágrimas de alegría y salí tan feliz, que hasta hoy no
puedo describir correctamente ese momento.
En mi cabeza estaba la imagen de mi madre. No veía la hora de llegar a casa
para contarle. No veía la hora de decirle “Mami, ya no se tiene que endeudar para darme lo del
transporte” o “Mami, ya no se ponga triste, mire que yo voy a comer 3
veces al día en la universidad” ….
Realmente
comía 2 veces y media, porque cada vez que pedía mi almuerzo en mi restaurante
favorito, lo pedía en un recipiente para llevar. Comía la mitad en la
Universidad y guardaba la otra mitad para compartírselo a mi vieja que ha
luchado sin cesar en esta vida de mierda por guiarnos para ser unas personas
útiles para esta sociedad.
La
vida es un carrusel de obstáculos y muchas veces las personas se rinden en el
primero de ellos. ¡No
se rindan! ¡Hay una mejor vida! ¡Sueñen y luchen y, ante todo, honren a papá y mamá!
Soy
el Profesor Bani Rodríguez y gracias por llegar hasta aquí. Los amo.
En el transcurso de esas 2 horas de descanso, el primer día aproveché para conocer toda la universidad EAFIT. Todos sus bellos espacios, la biblioteca, las aulas, los baños y la piscina, las canchas y lo que más me gustaba, los restaurantes y cafeterías.
Cuando veía que venía un estudiante con una bandeja humeante, con comida caliente que expedía vapores y dejaba un rastro en el aire, al pasar a mi lado, yo cerraba mis ojos y respiraba profundamente para inhalar el humo que salía de esa bandeja y en un sueño irreal, alimentaba mi vida con los olores de ese restaurant.
- (Dije en mi mente) En mi casa nunca ha habido nevera ¡Ahora mucho menos un computador! ¿Qué voy a hacer?
Esa primera semana de clases fue muy traumática para mí, pues mis profesores estaban indicando qué libros íbamos a usar y en qué páginas debíamos repasar los temas vistos en clase. Cálculo diferencial, fenómenos químicos, álgebra lineal, lenguaje y sociedad, todos y cada unos de los libros los averigüé en la editorial, los averigüé de segunda y nunca en mi vida iba a tener para comprar los libros que necesitaba. ¡Yo iba a estudiar con un cuaderno de florecitas que mi hermanita había dejado del año anterior! Y ahí entraron muchas dudas en mi cabeza y me dije:
- Es suyo, yo se lo regalo.
- ¿Cómo así, profe? ¿Ese libro tan costoso me lo regala?
- Sí, para que estudie mucho.
- ¿En serio, profe?
- Sí, Bani. Quiero que aprenda mucho.
Me mandó a llamar el Profesor Jorge Iván Cataño, de álgebra lineal y me dice:
- ¡Profe, voy a llorar!
- Tome Bani, para que estudie mucho
- ¡Profe, no quiero llorar!
Esa misma semana me volvió a citar mi profesor de cálculo y me dijo:
- Ayy profe.
- ¿Profe, eso qué es?
- Su computador, Bani, su computador.
¡Siento que a ella le debo el universo!
- Sí señor. Yo vivo a 1 hora y media de Medellín.
- Okey, Bani, Mire, esta es su tiquetera de desayunos de todo el mes, almuerzo de todos el mes y refrigerios de todo el mes.
- ¿Cómo así?
- Bani, sus 3 tiqueteras para que coma aquí en la universidad.
- Pero yo no tengo plata.
- No Bani, esto es para usted, para que reclame en cualquiera de las cafeterías de Eafit.
- ¿En serio? ¿En cualquier cafetería?
- Sí Bani, en cualquiera.
- ¿En la que está junto a la piscina también?
- Sí Bani, en esa también.
- ¡MUCHAS GRACIAS! ¡MUCHAS GRACIAS! ¿3comidas al día?
- Sí Bani. Que las disfrute mucho.
- ¿250 MIL PESOS? ¡ESO ES MUCHO DINERO!
- Cada mes debe venir a reclamar sus 3 tiqueteras de alimento y su cheque de transporte.
- (Mis lágrimas empezaron a caer sin pausa alguna y con mi voz entre cortada y mis ganas de seguir adelante restauradas le pregunté) ¿Es verdad todo esto?
- Sí, Bani, es verdad.
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