Entre los musulmanes un califa era un
sucesor de Mahoma y debía estar emparentado por sangre con el profeta.
Era un cargo hereditario y de linaje del jefe supremo político y
espiritual de toda la comunidad islámica.
Había
una vez un califa otomano que hace siglos decidió disfrazarse para conocer mejor a sus
colaboradores.
Cierto
día entró vestido de empleado a unos de sus palacios y ninguno lo reconoció porque hizo creer que era sordo.
Le dieron un humilde trabajo como
camarero y eso le
permitía estar cerca de los más altos funcionarios.
Como es obvio, las personas juzgaban y
criticaban tranquilas
en su presencia confiando en esa presunta sordera.
Pero no
solo hacían eso, algunos
se contaban sus trampas y sus robos sin sospechar nada.
Grande fue la sorpresa y mayores los
castigos el día que el califa hizo pública su estrategia y, como siempre
sucede, cada cual cosechó su siembra.
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