Para romper cadenas y no sufrir flagelándote por la forma en que ves tus errores, es necesario que te perdones a ti mismo.
Reconoce y acepta tus fallas del pasado y comprende que hiciste lo mejor que podías condicionado por tu realidad.
Perdónate a ti mismo y repite convencido: “Me perdono mis fallas y destierro la culpa que me quita paz”.
Hazlo si sientes que, atrapado en el trabajo, te perdiste los momentos importantes de la vida de tu pareja y tus hijos.
Una vez que aceptes con sinceridad la realidad de tu pasado, podrás dirigir tu atención al presente y hacer cambios para avanzar.
A veces las circunstancias escapan a tu control y culparte es una sentencia segura para recluirte en la cárcel del arrepentimiento.
En esta vida vinimos a evolucionar con yerros y, como Dios lo comprende, jamás nos juzga ni tiene que perdonarnos.
Perdonarte y perdonar cicatriza heridas emocionales, sana, libera y aumenta tu energía vital y tu felicidad.
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