Como padre de familia piensa que el
llanto, la rebeldía y la agresión física de tu hijo pueden ser solo la punta
del iceberg.
Bajo la
superficie puede haber
vacíos de amor, hambre, falta de sueño o exceso de estímulos.
También sentimientos fuertes, cambios
que no acepta o no
poder adaptarse a un nuevo ambiente.
Si
piensas de esta forma, te
conviertes en un compañero que lo guía, en vez de un adversario que lo
controla.
Sé bien
consciente de que es mejor
motivar en lugar de premiar para no enseñar al hijo a existir siempre
recompensas.
La
motivación es muy buena cuando lleva este mensaje subyacente: “Confío en ti y creo que quieres
cooperar y ayudar. Somos un equipo”.
No
digas: Si limpias tu cuarto, podemos ir al parque. Así que más vale que lo hagas, o no hay parque.
Di: Cuando tu cuarto quede limpio,
iremos al parque. Tengo muchas ganas de ir contigo. Avísame si necesitas
ayuda.
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